sábado, 25 de julio de 2015

Dibujos que me hacen "tilín"

Don Gato y su panda, uno de los personajes que más me han gustado de toda la vida. Cogido de hanna-barbera.wikia.com
Viví mi muy feliz niñez en una época dorada tremendamente marcada por lo que se visualizaba a través de la pequeña pantalla. Una televisión, todo hay que decirlo, bastante primitiva y demasiado incipiente, en la que señoreaban las series de dibujos animados vespertinas (que se usaban tanto para cubrir los abundantes huecos en blanco entre grandes programas o cuando se intentaba dar un gracias sean dada al Gran Mod-ernista no tan extendido golpe de Estado en la Piel de Toro), con una única cadena sobre la que poder debatir por parte de todo el mundo al día siguiente (y mucho más tarde la Segunda, que comenzó a dividir a la sociedad hispánica en dos bloques: los "cultitos" de La 2 y la masa abundante seguidora de lo convencional y lo común para todos, que era la Primera. Y, por entonces, los dibujos animados formaban parte de este segundo grupo).
Lo digo sin vergüenza alguna y muy abiertamente: Me encantaban los dibujos animados. Me ENCANTAN los dibujos animados.
Pero si llegué hasta ellos fue, sobre todo (y como siempre) a través de la música, de sus canciones y obviando el a menudo tortuoso sendero de unas historias excesivamente infantiles, repetitivas y sosas. Pero, no obstante, había joyas, auténticos tesoros ocultos entre tantísima y vasta cantidad de nimiedades absurdas, porque los de Hanna-Barbera sacaban personajes como churros (Los Picapiedra, Los Autos Loco, La Hormiga Atómica, el Oso Yogi, Pixie y Dixie aunque en este país fue el gato Jinks el auténtico protagonista, merced su cerrado acento sevillano, Pepe Pótamo, Don Gato, Leoncio León y Tristón, Maguila Gorila o el Lagarto Juancho, fueron los más famosos) y la Warner Bros tampoco se quedaba atrás (Bugs Bunny, Correcaminos, el Pato Lucas o el Gallo Claudio, por citar sólo un puñadito), llegándole a hacer sombra al mismísimo dios de los movimientos dibujados, Walt Disney.
Esos destacados instantes aludían, por ejemplo, a capítulos aislados y muy concretos, o a los primeros de ellos que se dieron a conocer antes de que se repitieran hasta la saciedad las mismas situaciones (ya saben, la eterna pregunta: ¿Por qué el Coyote no atrapa y se zampa alguna vez al Correcaminos o Silvestre tiene éxito de una vez por todas con Piolín?) o bien algunos personajes que, por sí mismos, resultaban especialmente atractivos (me caía muy bien Don Gato, por ser un auténtico granuja cargado de simpatía), por lo que con ellos el hastío del eterno retorno resultaba más llevadero.
Pero, insisto, eran las canciones lo que realmente enganchaba mi mente. Gracias a ellas descubría con qué nos iba a amenizar TVE antes de que la voz en off introdujera el nombre del personaje y el título del capítulo en cuestión. Y fueron tantas y tantas las veces que se escucharon que al final forman parte de la memoria viva de todos aquellos que vivimos esa época y tenían la posibilidad de enfrentarse a un televisor, evidentemente.
He hecho una selección de entradas sobre series de dibujos animados que me gustaron en su día y que me gustan en la actualidad, con los temas musicales que los han acompañado en el tiempo (o, al menos, aquellas versiones que más me gustaron, porque algunas de ellas se fueron modificando a medida que las décadas iban consumiéndose).

John A. Davis, que en 2006 dirigió la película "Ant Bully, bienvenido al hormiguero", tuvo la genial idea de crear, allá por el año 1998, al personaje conocido como James Isaac Neutron, que a partir de la década de los 2000 protagonizó la serie de animación "Las aventuras de Jimmy Neutron: El niño genio" y que ha acabado siendo una serie de culto en la cadena televisiva por vía satélite Nickelodeon. Creo que parte de su éxito se debe al propio personaje. Y es que Jimmy es un auténtico genio, y no porque vaya siempre acompañado de dos auténticos lerdos (Carl Wheezer, un extraño amante de las llamas las que escupen, no las que queman y Sheen Estevez, seguidor acérrimo del superhéroe Ultralord y que bien podría ser un primer boceto del personaje Fanboy), sino por su capacidad intelectual y su increíble inventiva, sin que eso se le acabe subiendo a la cabeza. Es un genio, pero sabe divertirse como un niño y rodeado de gente normal, y eso le otorga una profundidad fuera de lo común, porque demuestra su verdadera inteligencia basada en la adaptación perfecta a cada circunstancia. Además, el hecho de que sus inventos resulten, a la postre, un desastre, a pesar de su genialidad, le hace más humano.
En definitiva, un niño prodigio que si yo hubiera tenido la verdadera desgracia de engendrar no me hubiera importado, porque se aleja sobremanera del desdén y el desprecio por sus semejantes que muestran muchos de esos seres por considerar lo suyo no como un don (es decir, un regalo que no es propio, sino que te viene dado), sino como algo natural y, por tanto, todo aquél que no lo posea es idiota. Jimmy Neutron es de todo menos un idiota de elevado cociente intelectual y cuya verdadera inteligencia se demuestra sabiendo subir o bajar el listón, dependiendo de quién sea su interlocutor. Dudo mucho que el chaval animado fuera alguna vez infeliz (bueno, salvo cuando acabe emparejado con su gran rival y amor en secreto, Cindy).
El tema musical lo compuso el grupo Bowling for Soup en 2005, aunque sinceramente me gusta más la versión en castellano, que es la primera que escuché y que por esta razón también incluyo aquí.





Scooby Doo nació el 13 de septiembre de 1969 en la CBS norteamericana de la mano de la productora Hanna-Barbera, quienes llamaron al equipo formado por los guionistas Joe Ruby y Ken Spears y el dibujante Iwao Takamoto (palabras mayores, teniendo en cuenta que Shere Khan, el tigre de la película de Disney El libro de la selva, es diseño suyo) para crear un grupo de chavales "modernos" y relacionados con la música, pero que en su tiempo libre se dedicaran a resolver misterios relacionados con fantasmas, monstruos y otros seres esotéricos y fantásticos a lomos de su estupenda Van "The Mistery Machine" (la Máquina del Misterio). Tras muchas vicisitudes terminaron por dar forma definitiva al quinteto (el propio perro protagonista, Fred JonesDaphne BlakeVilma Dinkley y Shaggy Rogers) y su éxito fue rotundo desde el primer momento. La musicalización corrió a cargo del compositor Ted Nichols, aunque el tema principal lo escribieron al alimón David Mook (autor de los temas del grupo de ficción The Banana Splits) y Ben Raleigh (autor, entres otros, de temas como "Tell Laura I love her") para que lo interpretara el cantante pop Larry Marks. No he podido evitar añadir la versión del grupo Mod-Revival Purple Hearts; lo siento mucho, queridos puretas.
Está bien, está bien. Os confesaré que mi personaje favorito es Shaggy. Y no por su perilla tipo beatnik ni por su extraña voz (que suelo imitar en algunas frases bastante bien, que todo hay que decirlo) o por ser un ninfómano de la comida, sino porque es un auténtico desastre con patas, un miedoso sin remedio y un patoso irremediable, y, aún así, nunca pierde ni su sentido del humor ni sus ganas de vivir. Todo un ejemplo, amiguetes.




¿Por qué le tengo tanto cariño a Vicky el vikingo? Pues por su padre, Halvar, evidentemente; otro simpático granuja donde los haya, amante de la vida, valiente hasta la estupidez y siempre, siempre, siempre feliz. No, en serio. Me gustó mucho siempre por sus historias y sus personajes, porque fue el primerísimo primer programa que vi en color en un televisor de un vecino del quinto piso del Edificio Norba en Cáceres (con el cielo de color azul y la hierba de color verde, como debe de ser) y por el temazo musical compuesto por el praguense Karel Svoboda (padre también del tema musical de La abeja Maya).
El niño vikingo es sospechosamente similar al protagonista de "Cómo entrenar a tu dragón" (una estupenda cinta cinematográfica de 2010, dirigida a pachas por Dean DeBlois y Chris Sanders), Hipo Abadejo Infernal, porque ambos son infantes inteligentes (capacidad muy por encima de la valentía y la fortaleza, tan valoradas en sus respectivas sociedades), con progenitores de carácter y físico fuertes y apabullantes (el ya citado Halvar y Estoico el Vasto) y con pequeñas féminas que rondan a su alrededor, muy blandengue en el caso de Vicky y en exceso dominante en el caso de Hipo. Pero mientras que Vicky está abierto al color, al buen humor y a la aventura amable con la vuelta siempre cantando al poblado de Flak, Hipo tiene un toque tenebroso, porque su poblado en la isla de Mema (Berk, en el original británico) está constantemente atacada por dragones y la vida de estos vikingos no es precisamente fácil.
Sobre el tema musical, hay una genial versión de Los Nikis (o Los Acusicas, no estoy seguro), que no he podido localizar en Youtube y por eso no la he colgado aquí, pero en cuanto pueda, lo hago. Habla de madridistas y rojiblancos... No obstante, a cambio puedo plasmar "Olaf, el vikingo", ¿no?





Curiosamente, dentro del Mod-ernismo hay una corriente que mira con malos ojos a The Beatles, pero gracias al Gran Mod-ernista, somos legión los que pensamos que los Cuatro de Liverpool tienen un peso muy importante en la Historia de la Música en general y en la de nuestro estilo, en particular. En cualquier caso, no está de más reseñar la serie de dibujos animados que la productora australiana Artransa Park Studios elaboró entre 1965 y 1969 sobre el influyente grupo musical británico compuesto por John Lennon, Paul McCartney, Ringo Star y George Harrison. Fueron  39 capítulos (con una duración de entre tres y nueve minutos), todos ellos titulados con el nombre de algún tema musical del cuarteto y, evidentemente, y por tanto, basado en su letra. Lo más llamativo es que, al margen del uso de las canciones, ninguno de los Fab Four tenía nada que ver con esta serie norteamericana ni se habían implicado de ninguna manera.
El primer capítulo vio la luz el 25 de septiembre de 1965, un sábado por la mañanita, a eso  de las 10.30 horas, en la cadena televisiva ABC, y los creadores fueron Al Brodax, que también fue productor, y Sylvan S. Byck. El primero de ellos llegó en 1960 a ser jefe del departamento de desarrollo de cine y televisión de King Features Syndicate y fue el culpable de que Popeye el marino llegara a tener el éxito que ha alcanzado a lo largo de la historia de la televisión, amén de producir y escribir en parte el guión de la película Yellow Submarine (elaborada en 1968 por George Dunning) de los Beatles. El segundo fue editor de King Features Comic y en 1977 fue considerado el hombre más influyente de las tiras cómicas en los periódicos norteamericanos de su generación. ¿Que si me gustan los Beatles? ¡Me chiflan! (que hubiera dicho mi difunta abuela Nieves Estrada, más asturiana de Vetusta que el propio concepto de asturiano). Incluyo uno de los temas del cuarteto británico que es más de mi gusto "Paperback Writer" y el "Yellow Submarine" en honor de Mr. Brodax.




Evidentemente, The Archies (herederos naturales de The Monkeys) no existían, pero sus temas musicales llegaron a ser números Uno en las listas musicales de la época y se podían adquirir en vinilo (yo mismo tengo alguno de ellos en mi pequeña colección). Se dieron a conocer en el "Show de Archie y sus amigos" en 1968 y estuvieron interpretando temas hasta 1970, cuando la primera oleada del género que tocaban, el "Bubblegum pop" comenzó a decaer. Me gustaba la serie (con esa forma tan "hip" de andar de los personajes que parecía que iban flotando) y me gustaban sus canciones por lo pegadizas que eran y me encantaban las chicas que hacían el coro (la teclista Veronica Lodge y la percusionista Betty Cooper glorioso apellido, ¡pardiez!) acompañando al resto del grupo: Archie Andrews a la guitarra, Jughead Jones en la batería y el estirado Reggie Mantle al bajo. Al igual que en Scooby Doo, a menudo éstos también se hacían acompañar de un perro, Hot Dog, a modo de mascota que les hacía, además, los bailes.
Entre sus exitazos estaban el "Sugar Sugar" (1969), "Bang-Shang-A-Lang" (1968) o "Jingle Jangle" (1969). Todos ellos representados en este espacio.
Pero sería injusto no hacer mención a los Archies "verdaderos", los que aportaron sus instrumentos y sus voces a los dibujos y entre los que destacan con nombre propio Ron Dante, líder de The Detergents, y que fue el culpable de que "Sugar Sugar" o "Bang-Shang-A-Lang" llegaran a convertirse en singles de grandes ventas, y Toni Wine, cantante y letrista de personalidades como Elvis Presley, The Mindbenders ("A groovy kind of love", que se incluye aquí también) o Tony Orlando ("Cándida"). Se incluye un video con ambos interpretando en 2006 el amilbarado tema musical.
Archie (nombre que ideó Don Kirshner) comenzó como historietas de cómic (Pep Comics) creadas por el editor John L. Goldwater, el guionista Vic Bloom y el dibujante Bob Montana. Pero pronto la General Artist's Cop. vio que tenía posibilidades cono dibujo animado para la televisión, concretamente la cadena CBS, que lo emitió en franja matutina todos los sábados con increíble éxito.





En 1970, y a raíz del éxito de la serie The Archies, la casa Hanna-Barbera se decidió a crear su propio grupo virtual de animación que se diferenciaría de su inspiración en que se trataba de un grupo musical femenino, Josie and The Pussycats. Al igual que los anteriores, se basaba en una tira cómica de idéntico nombre creada entre Dan DeCarlo y Richard Goldwater. Tuvo únicamente 17 capítulos (duró hasta 1971) que se emitieron desde el 12 de septiembre en la CBS los sábados por la mañana, y en 2001 se hizo una película con personajes de carne y hueso basada en esta serie. Eran un trío (como lo fueron las Ronettes, Martha and The Vandellas o las Shangri-Las, al menos éstas últimas en una época) conformado por la guitarrista Josie, la percusionista Valerie y la baterista Melody, que se dedicaban no sólo a cantar, sino también a descubrir misterios y a sortear todo tipo de extravagantes situaciones con villanos de por medio.


En 2004, Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studios trataron de que los superhéroes no perdieran comba y, quizá mirando la posibilidad de entrar más profundamente dentro de este mundillo (como, de hecho, así fue tras la adquisición de la Marvel por parte de WD cinco años más tarde), decidieron elaborar una de sus películas más excitantes: Los Increíbles. Para ello se echó mano de uno de los culpables de que la serie de animación Los Simpson llegara tan lejos: Brad Bord, quien no sólo dirigió la película, sino que también elaboró el guión clarísima influenciado por la novela gráfica Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons tanto por la idea de que los vigilantes, con poderes o no, fueran puestos fuera de la ley (algo que también se repite en la serie Civil Wars de la Marvel), como por ese aire retro, de época dorada de la superheroidicidad, que se respira en los primeros compases de la película y del citado cómic. Muy destacable el personaje de Edna Marie "E" Moda (encargada de diseñar los trajes y vestidos de los superhéroes) y con un increíble parecido (si es que no es ella misma caricaturizada) a la actriz Linda Hunt.
Si no se lo creen, vean, vean que no miento.
Y para la música, que es lo que nos concierne, Bird, que buscaba un sonido propio de la época que se trataba inicialmente (década de los 60' del Siglo XX), optó por Michael Giacchino (autor de la banda sonora del juego Medalla de Honor y que ganó en 2010 un Óscar por su trabajo en la película Up), y no le salió nada mal. El tema principal es urgente, rápido, propio de las series negras o de espías como James Bond que llenaron las pantallas (grandes y pequeñas) de entonces. Por cierto que la casa de Mickey ha avanzado que la segunda parte de Los Increíbles se está preparando para el año 2019 (a la vuelta de la esquina, ¡vaya!).


Un juego de PC, una versión para cómic y, finalmente, una serie de dibujos animados infantil (lo que equivale a decir "muy descafeinada"); eso es Sam and Max. Una creación muy exitosa por parte de LucasArts Entertainment Company, creada por George Lucas, el papi de Darth Vader y su hijito Luke, sobre un equipo de investigadores privados conformado por un perro y una especie de conejo (por llamarlo de alguna forma), que vieron la luz por vez primera en 1993 y así permanecieron hasta 2010, año de la última versión del juego titulado "Sam & Max Freelance Police". En 2005, Telltale Games los convirtió en un cómic, "Bone: Out from Boneville", editado por Fishwrap Productions. Como serie animada, surgieron en la cadena Fox allá por 1997 (el 4 de octubre), con 24 episodios que surgieron del bolsillo del estudio canadiense Nelvana, y la música, basada en el ambiente del Jazz al más puro estilo destinado al cine negro, la compusieron al alimón los compositores de LucasArt Clint Bajarían, Michael Land y Peter McConnell, todo ellos, auténticos "monstruos" en la composición de material para videojuegos (quien crea que la música no es importante para el ambiente de los videojuegos, mejor que se corte los dedos y los olvide).



Disney también está detrás de la serie Matt's Monsters (Los monstruos de Matt), que en 2009 comenzó a producir el dibujante francés Gregory Panaccione. Va de monstruos de todo tipo (sí, en este plano existencial existen) y de una familia que se encarga de cazarlos o dejarlos en su lugar, pero si algo me ha hecho plasmar el siguiente vídeo aquí es la banda sonora. Un tema sorprendente compuesto por el crítico galo de cine y también compositor Laurent Aknin.



Me he tropezado con los años con una serie de anime, llamada Super Crooks, una secuela en dibujos animados de Jupiter's Legacy (incluso aparecen los superhéroes de la serie en carne y hueso), bastante divertida, recomendable y un pelín bestia, pero que tiene una de las mejores entradas de los últimos años. Se basa en el tema de corte Funk 'Alpha' del japonés TOWA TEI y cantada por el alemán Taprikk Sweezee con una voz que por momentos recuerda a Prince, y en la que los protagonistas bailan de forma hipersensual. Tanto es así que cuando Netflix te da la opción de saltarte la intro la respuesta mía es "y una mierda". Me pasó lo mismo con Juego de Tronos de Ramin Djawadi hasta que supe silbar el tema sin equivocarme, porque me entusiasmaba. Como ésta. Ya me diréis qué tal. Por último, una serie muy conocida por la juventud universal: Phineas y Ferb (otra vez, la Disney como Casa Madre), que tiene la muy sanísima costumbre de incluir temas musicales de cierta calidad (el hecho de que la serie la vean niños o se suponga que tiene carácter infantil no tiene que ver con los cortes que se incluyen, que están muy por encima de la calidad media de las series animadas) que dan gusto escuchar. La serie fue creada en 2008 por Jeff "Swampy" Marsh y Dan Povenmire (ambos muy directamente relacionados con Los Simpson) y en ella no se oculta en ningún momento la importancia de la música para todos los acontecimientos de la vida (imprescindible leerse este estupendo enlace al respecto: http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=4396). Algo muy evidente teniendo en cuenta que los creadores están íntimamente relacionados con el mundo de la música en muy amplios y diferentes sentidos.

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miércoles, 15 de julio de 2015

Chapoteos sagazmente infantiles en un fangoso charco de limo más limpio que una patena

Portada del (muy recomendable) libro "Chap Chap".
No es ni de cerca el Kiko (Francesc) Amat de "Cosas que hacen BUM" o "Rompepistas", pero he de confesar (efecto de la tradición católica que se ha mamado por gusto o a la fuerza durante décadas en este país) que me gusta más como autor de "Chap Chap" (onomatopeya del chapoteo de botas en charcos de fango y lodo, de pececillos brillantes en primavera a la caza y captura de nutritivos insectos vespertinos o una extraña insistencia para calificar al lector de individuo, socio, chorbete, tipo o simplemente rajado, como indica el diccionario de inglés-español de la gloriosa Red de Redes, que es Internet).
Adentrarse en el libro ha sido como redescubrir el lado oculto de un escritor que uno intuía con cierta certeza que estaba ahí, pero que prefería mantenerse apartado en la oscuridad, desafiante, a la espera y al acecho de un lector incauto al  que poder espetarle en plena cara: "Si no me conocías así, es culpa tuya por no haberme buscado como se debe ni haberme encontrado antes, que oportunidades había a montones". Y, en cierto modo, no le falta razón.
Vivimos en un mundo y en un tiempo en el que el delicado y (muy) desigual equilibrio entre el trabajo (quien lo tiene) y el tiempo libre (quien puede disfrutarlo) hace años que saltó en pedazos. Leer un libro o un cómic es casi un lujo que tiene que competir muy reñidamente con otras pasiones ociosas como la música, el cine o recuperar el noble arte de enamorar de nuevo a tu pareja. Desmenuzar una historia escrita ha quedado relegado casi a esos místicos momentos imprudentes y robados al azar sentados en el opresivo trono blanco de la intimidad británica (ya saben, los latinos somos más abiertos, aunque molesta la compañía si estás leyendo) y poco más. Y eso mismo es lo que nos permite "Chap Chap". Es una llave que abre la celda estrecha del día a día hacia la libertad infinita del amor a cada instante sólo por el mero hecho de serlo y de degustar ampliamente la vida al segundo (esencia del Mod-ernismo).
Al contrario que otros escritores Mod-ernistas (entiéndase no como el asombroso entorno azulado del Señor Darío, sino como un estilo de vida nacido a finales de los 50' y principios de los 60' del siglo pasadocomo José María Mijangos ("Soul Man"), Marcos Ruano ("Bienvenidos al Planeta Mod"), Pablo Martínez Vaquero ("¡Ahora! No mañana"), Ricky Gil ("Bola y cadena"), Ezequiel Ríos ("Haciendo astillas el reloj"), Alejandro Díez ("Reflejos en el retrovisor") o Ángel A. de la Iglesia Gilarranz ("I've got my mojo working"), Mr. Amat se desnuda (literalmente) en sus páginas plasmando mucho (muchísimo) de sí mismo en las líneas que rellenan el blanco del papel y habla en exclusiva y primerísima primera persona. Eso no quiere decir que los demás citados no miren el entorno desde un prisma personal y con ojos muy particulares (que resulta también básico y fundamentale en el seno del Movimiento Mod-ernista) pero el caso de este catalán es casi enfermizo, hasta el punto de que el YO es (gracias al Gran Mod-ernista) omnipresente en todas sus páginas. Y yo lo agradezco, porque nada me gusta más que la puntual anécdota personalizada e individual, y más cuando los pasados-presentes-futuros de ambos (él y yo) coinciden en sensaciones, sentimientos y ritmos, como creo que es el caso.
"Chap Chap" sería, en términos culinarios, como degustar exquisitos aperitivos de inmensa y excelente variedad, en lugar de zamparse un chorreante chuletón de buey poco hecho con patatas fritas y pimientos asados, que supondría el equivalente de una buena novela. Viviendo como vivo en una ciudad de noble y amplia tradición gastronómica (Córdoba, para los que se nieguen a saberlo), sé perfectamente cuándo comer de "servilleta y mantel" (que diría mi amiga María José García) o cuándo regalarme el estómago a base de tapitas. Y este libro es como irse de paseo por la Concha donostiarra o por el Casco Antiguo cordobés de tasca en tasca probando y catando de aquí y de allá, sin un orden establecido, hasta decir basta. Uno acaba bastante satisfecho y siempre con la posibilidad de dejarlo cuando a uno le venga en gana o le convenga.
No sé si el amigo Amat ha decidido el orden de los artículos y los diferentes capítulos sobre los que trata por alguna razón concreta o si le ha venido impuesto por la editorial Blackie Books, pero está claro que otra de las inmensas ventajas de esta obra es que se puede leer como a uno le salga de dichas sean sus partes más íntimas e intransferibles. Cualquiera puede abrirlo al azar (siempre, eso sí, por el comienzo de alguno de esos espacios acotados que conforman las diferentes temáticas de esta obra sagaz y amena) y empezar a divertirse leyendo por ahí mismo, sin preocuparse de todo lo anteriormente escrito ni de todo lo que está por venir en el resto de páginas (salvo en la abundante parte en la que alude a su héroe por excelencia, el señor Reginald Perrin, que preferiblemente hay que leerla con cierto orden).
Menda (el burro delante para que no se espante) y Mr. Amat en su visita a Córdoba en 2008.
Pero si algo me gusta de este autor (y no es mero pelotilleo sólo por el hecho de que me dedicara uno de sus libros durante su cortísima visita a Córdoba allá por el año 2008) es su vastísima cultura. Una capacidad que sabe utilizar como pocos en forma de citas que obsequia al lector a la menor oportunidad, sin que (y ésa es su principal virtud) suene a pedantería barata, propia de los que aman la mal llamada Cultura "con mayúsculas". A Kiko Amat le gusta lo popular, que no equivale ni a simple ni a rastrero ni a populacho tampoco. Popular en este sentido es lo POP, aquello que hace brotar chispas de cosquillas en el alma; lo que llena sólo por el simple hecho de ser llamativo, bonito y nada útil; lo que aporta sobreabundancia de color a un mundo gris y plano; un estallido musical y de moda que llenan libros y pantallas de cine del mundillo underground, mucho más coherente y menos patético que el omnipresente y aburrido mainstream. Amat reparte a diestro y siniestro y sin empachar citas, títulos y personajes que sabe mezclar con sabiduría mal contenida con sus propias experiencias y ésa es una de sus grandes ventajas como escritor.
Y como buena colección de canapés (tapas, pinchos, entremeses, como ustedes quieran llamarlos) que es, los hay para todos los gustos. Personalmente, me enriquecieron bastante todos los referentes a lo musical, especialmente el de Los Negativos y el Garage (probablemente, por afinidad); me reí sobremanera con el pequeño reino del honorable Pujol y despertó mi curiosidad lo referente al humor británico (tanto, que muy probablemente acabaré agenciándome la obra de David Nobbs para devorarla, ya que no tenía el gusto de conocerla). Por otro lado, he de agradecer sobremanera a Mr. Amat de haberme quitado siquiera la intención de hacerme una vasectomía y quizá habría que haberle sugerido un par de capítulos más: Uno para explicar el galopante onanismo de Pànic Orfila y sus inquietantes pirámides de papel y otro para saber en su opinión qué banda sonora (dentro del ecléctico y amplísimo elenco de estilos Mod-ernistas que existen) le pegaría a una bestial orgía romana en pleno siglo XXI.
Por lo demás, el libro es un regalo para el espíritu y su lectura no es sólo recomendable, sino de casi obligado cumplimiento.
He dicho.


El autor, Kiko Amat, posando en la web de transgrediendo.com.

¿Qué le pega a esta critiquilla sobre el libro? Evidentemente, algo de los Brighton 64. ¿Quizá "Bola y cadena" junto a Los Retrovisores? Una delicia (se incluye luego la versión propia de los catalanes). Y por supuesto, gracias a mi amiguita Lo Pi, la versión de Raphael, que es la leche...







lunes, 13 de julio de 2015

El ombligo en la madera

Imagen que habla por sí misma, tomada de citharaworld.blogspot.com.


Me confieso enamorado
de esa divina guitarra
sin cuerda aparente
que es el cuerpo femenino.

Con infinito y sumo cuidado
se tañe libre de amarra
con traviesos dedos de amante
y hondos suspiros de manso mimo.

Que ese cantar del oculto lado
a la sombra de una parra
gime de forma diferente
con un beso que evita el destino.

¡Ay! El vibrante filo delgado
de la trémula y seca jarra
desvela falsa costumbre latente
tras apurar el morado vino.

Con labios de brillo licuado
marca el ritmo que se narra
en esta danza de arena ardiente
para agotar el tiempo mezquino.

Quien la mañana abraza callado
y la pesarosa memoria embarra
es que o bien no sabe lo que siente
o nunca embistió al sedoso lino.

Sabrosos acordes de eco tallado
a fuego en la oscura y fría pizarra,
aquietad ahora mi perlada mente
de inquietas ideas con arco felino.

En las curvas me abandono anclado
aferrado con sinuosa y firme garra
a esa sempiterna forma candente
que vence al breve ardor mortecino.

La guitarra se adivina en múltiples fases de la vida, pero especialmente en la madurez femenina
Comparaciones para nada odiosas. Cogida prestada de www.comunidadumbria.com.

Lo mejor es que una guitarra hable por sí misma. Es lo que consigue Buddy Guy, con este "Slow Blues".