sábado, 24 de noviembre de 2012

Octava entrega de Deliciosamente Humano

Siento ser tan rápido a la hora de volcar últimamente contenidos en el blog, pero me siento acosado por el tiempo que se me va de las manos. Me da la sensación de que se agota con rapidez y tengo demasiadas cosas que mostrar. Como el silencio de los lectores es abismal, continúo por la saga de Deliciosamente Humano, a pesar de que La Rosa Negra es, con diferencia, lo que más se lee. Quien quiera peces, que se moje la rabadilla, que dice el refrán; o lo que es lo mismo, quien quiera algo que lo pida claramente, ¿ok?.
Dicho esto, aquí os regalo otro cuentecillo más:


                                                   Amago de superhombre
En la estancia no entraba casi luz. Las persianas estaban bajadas y sólo por alguna rendija un débil rayo de sol se esforzaba por iluminar un rincón, confiriéndole a la habitación un cierto aire de celda. En el centro había una cama con ruedecillas en las patas y sobre el lecho descansaba una anciana que acababa de ser operada. La mujer se hallaba en periodo de recuperación, de ahí que el flujo de enfermeras fuera cada vez menor.
El flotante olor de las flores era demasiado intenso y dulzón y empezaba a fastidiar al joven sentado en uno de los sillones situados a ambos lados de la camilla.
Sustituía momentáneamente a su hermana, quien había bajado al bar del hospital para comer algo. La enferma era la abuela de ambos. Si ésta daba visos de encontrarse mal su nieto debía de notificarlo a las enfermeras; por lo demás, atendía también las llamadas telefónicas, en exceso numerosas para su gusto.
El cuarto estaba muy caldeado y la temperatura parecía aumentar por momentos. Para combatir el calor el joven se despojó del jersey soltando el aire con un sonoro bufido. La mujer no se despertó.
Me gusta la luz filtrada a través de barras
y barrotes. Imagen cogida de
jansenson.blogspot.com.es.
Golpearon a la puerta suavemente y acto seguido Begoña entró sonriendo. Aquella estudiante en prácticas resultaba fantásticamente atractiva para el joven, pero éste no sabía cómo decírselo; de hecho, creía que ni siquiera tenía derecho a hacerlo. Una de esas tontas situaciones tan comunes a las personas de talante tímido, como era el caso. Begoña saludó en voz baja y se dirigió hasta una mesita rodante donde reposaban los restos de la comida ingerida por la anciana.
-¿Qué tal se encuentra? -Susurró la chica señalando a la camilla.
-Mejor, gracias -respondió el joven sonrojándose levemente sin poder evitarlo en la penumbra del sillón.
-Si necesitáis algo, no tenéis más que avisar, ¿vale? -Begoña retiró la bandeja y se despidió educada con su gracioso acento navarro. El joven se levantó rápidamente para abrirle la puerta haciendo que la muchacha bajara los ojos murmurando unas palabras de agradecimiento. Durante un momento vio cómo la enfermera se alejaba por el pasillo, fijándose en la suave cadencia de sus firmes caderas, luego se metió en la habitación y cerró la puerta. La abuela continuaba durmiendo.
El teléfono quebró la quietud y la anciana, abriendo los ojos alarmada, se quedó mirando a su nieto en silencio.
-¿Digo que estás durmiendo? -Inquirió éste antes de descolgar.
-Si es de la familia, me lo pasas.
El joven mantuvo al aparato una conversación breve, tajante, aburrida y monótona, en contestación a las típicas preguntas que se suelen hacer al llamar a un enfermo. Después colgó.
-¿Quién era?
-Una amiga tuya; bastante plasta, por cierto.
-¡Oh! No lo sabes tú bien -apuntó la abuela-. Les agradezco muchísimo que se preocupen por mí, pero si me pongo siempre es que acabo agotada.
-¡Bah! No te preocupes. Anda, duérmete.
-¿Y tu hermana?
-Bajó a comer. Vuelve ahora.
El joven se acomodó de nuevo en el sillón y su abuela cayó en un sueño profundo nada más cerrar los párpados. Los sedantes que tomaba para calmar el dolor eran realmente fuertes y la mantenían atontada la mayor parte del día.
Para matar el tiempo se dedicó a estudiar la camilla. Era de ésas móviles que se podían subir o bajar tanto en la cabecera como en los pies; bastaba con darle vueltas a un gato grisáceo que ponía en marcha un sistema simple de ruedas y tuercas. El joven se movió hacia adelante y retiró el gato de la palanca a la que estaba acoplado. Luego se recostó en su asiento entreteniéndose en hacer rotar el retorcido instrumento sobre su eje alrededor de la mano.
Acto seguido dejó volar la imaginación cuando sus ojos se posaron sobre la enferma.
Visión enfermiza titulada "La Peste", tomada de www.elhorizontal.com
La vio tan frágil, tan segura, tan sumamente arropada por sus nietos...
"Sería irónico -se dijo mentalmente- que la persona que la vigilaba fuera también la que la acabara matando". Bastaría con un simple golpe certero en la cabeza y ni tan siquiera sufriría. Pasaría a dormir para siempre en una muerte indolora y dulce.
Después se vio a sí mismo dejando con calma el arma homicida sobre la cama para a la enfermera que estuviera de turno. "Ojalá que fuera Begoña". Ella vendría quedándose horrorizada ante la escena. "No, mejor que no sea Begoña; esa clase de chicas tan finas no se suelen enamorar de los asesinos. Pero sí la que trabaja por las tardes, la que tiene cara de vinagre. Démosle una pequeña sorpresa".
-Debería usted de dar aviso sobre lo que ha pasado, ¿no le parece? -Le diría.
Luego permanecería en la habitación aguardando a las fuerzas del orden; incluso abriría la persiana a fin de que la estancia se llenara de luz y poder contemplar así, a sus anchas, su repugnante obra. Primero el histérico sonido de las sirenas llenando el lugar, unos pasos rápidos en el exterior y la irrupción de varios agentes de marrón con caras de pocos amigos.
Entonces encendería un relajante cigarrillo preparándose para el inevitable interrogatorio.
-¿Por qué lo hizo? ¿No era usted familiar suyo? ¿No se encontraba la víctima a su cargo?
¿Cómo les iba a explicar a esos cabezas de chorlito que si había actuado así fue porque se sentía capaz de ello, porque le apetecía matar, porque su valor era mayor que el de cualquiera, que asesinó porque sí? Veía como algo imposible que los policías llegaran a entenderlo, y por eso se limitaría a responder:
-La maté porque roncaba...
Dejó tan malsana fantasía a un lado y de nuevo se encontró en la habitación de un hospital, con las ventanas cerradas, ya en las tinieblas del norteño invierno.
Alegoría sobre la afinidad entre mujeres, de Jodorovski (creo),
cogida de planocreativo.wordpress.com
Su hermana entró en ese momento encendiendo las luces y la anciana despertó finalmente. Tenía más afinidad con ella, por mera cuestión de carácter, y le gustaba departir con la joven sobre cualquier cosa, porque tenía una capacidad de detalle que la entretenía. Su nieto, por contra, era demasiado parco en palabras y no sabía llenar su prolongado tedio tras tantos días hospitalizada.
-¿Comiste bien? -Quiso saber la abuela.
-De maravilla. Hola, tú -saludó al hermano, quien se puso en pie tras colocar el gato en su sitio. Luego se vistió el jersey y se apresuró a despedirse.
-Bueno, yo me tengo que marchar -dijo dando un beso a cada una de ellas. En la puerta sacó un pitillo del abrigo.
-Estaré aquí para la cena. Hasta luego.
En el pasillo aspiró ansioso el humo del tabaco, porque en el interior del cuarto, durante las visitas, no estaba permitido fumar y se alejó en dirección a los ascensores. Pasó ante el control de las enfermeras y vio a Begoña atendiendo una llamada telefónica. Cuando la chica levantó la mirada al paso del joven éste le sonrió y le lanzó un furtivo guiño. Incomprensiblemente, esta vez fue ella la que se sonrojó.
Para amenizar la lectura, he preferido volver la mirada al Revival Mod-ernista. El grupo elegido, Secret Affair (me encantaban) y su tema, ¡cómo no!, el Time for action. Equilicuá:


Letra y traducción, evidentemente:
Standing in the shadows, (Permaneciendo en las sombras)
Where the in-crowd meet (donde se cita la multitud*)
We're all dressed up for the evening (estamos todos vestidos para pasar la noche)
We hate the punk elite (who are the punk elite) (odiamos a la élite punk-¿quién es la élite punk?)
So take me to your leader (así que llévame ante tu líder)
Because its time you realised... (porque es el momento de que te liberes...)
CHORUS (ESTRIBILLO)
That this is the time (Que éste es el momento)
This is the time for action (time for action) (Éste es el momento para la acción)
This is the time to be seen (time to be seen) (Éste es el momento para exhibirse)
This is the time for action (Éste es el momento para la acción)
Time to be seen (El momento para exhibirse)
They can laugh in our face (Podrán reírse en nuestras cara)
Cos we know we're right (porque sabemos que estamos bien)
Looking good's the answer (la respuesta es la buena apariencia)
And living by night (y vivir para la noche)
So take me to your leader (así que llévame ante tu líder)
Because its time you realised... (porque es el momento de que te liberes...)

REPEAT CHORUS (REPETIR ESTRIBILLO)
Look at Sweet Julia (Echa un vistazo a la dulce Julia)
Speeding on the late night train (A toda leche en el último tren de la noche)
They're laughing at the way she dresses (Se ríen de su forma de vestir)
Too smart and clean (Demasiado elegante y limpia)
But she don't care (Pero a ella le da igual)
because she know's she's right (porque sabe que está bien)
And you know we're only two steps away (Y sabes que estamos sólo a dos pasos de distancia)
REPEAT CHORUS (REPETIR EL ESTRIBILLO)
* The in-crowd en este caso no alude únicamente a una masa de gente, sino a un tipo muy determinado de personas con mucha clase para vestir y, especialmente, para escuchar determinado tipo de música, por lo que acudían a determinados clubes musicales no aptos para los no sibaritas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Séptima entrega de Deliciosamente Humano

El club de los estúpidos
Los héroes y los santos son crucificados siempre, pero se levantan una vez más para ser adorados por los mismos que antes les crucificaron.
Liam O'Flaherty.
Imagen de la Sierra de Santa Bárbara, donde transcurre esta oscura historia. Cogida de guijosantabarbara.blogspot.com.es
Ahí los tengo delante. Horas y horas en el mismo bar bebiendo cerveza y hablando; vomitando palabras desde siete bocas. Uno de ellos soy yo.
Recuerdo a Jaime abriendo la puerta, arrastrando consigo el frío de la noche. Y mientras tanto, continuaban llegando más jarras rebosantes de espuma. Jaime, todo sonrisas y escepticismo, se nos apareció con un poema recién escrito para que nos lo leyera, y accedimos:
Las rugosidades de la pared;
Mis dedos acariciando pezones llagados,
Reposando en el cáncer mortal
Que acapara el cuerpo de la mujer.
Sudor y vómito en un bajel
Y el océano que grita su impotencia.
Sobre las olas cabalga,
Sacando la lengua al compás,
El diablo burlón de almas.
Si él supiera,
Si todos supiéramos...
Dificultad de un parto
En una pelvis estrecha,
El dolor de ser alguien
Por el mero hecho de ser.
Encontrar la muerte a voluntad,
La muerte voluntaria y el goce
Del amor en tus brazos fríos.
Ojalá fuera lícito matar
Y ser consecuente con el odio:
Muerte a voluntad;
Desgarrar el amor imposible.
Bienvenido al mundo del
Absurdo, hijo mío.
¡Qué estúpidos! ¡Qué estúpidos!
Buscar el sentido del no sé qué
Para creerse dueños del aire.
Han muerto, solos, pudriéndose,
El asceta y el místico.
Impotencia del inocente,
Guerrero paciente, voluntario único
Al que se ha de pisar
Hasta que sus huesos blancos
Reluzcan con la luna.
Si Dios quisiera...
Si Dios quiere.
Mientras tanto hay que seguir llorando,
Sin rosas secretas ni glorias
Que conquistar.
Sólo seguir llorando
Ante la risa del burlón.
Bienvenido al mundo del absurdo,
Maldito imbécil.
"Bien, ¿qué os ha parecido? -Nos preguntó el autor.
Pobre Jaime. Dio margaritas a los cerdos. Insensibles, permanecimos mudos y luego alguno incluso se atrevió a decir que le había gustado, pero no dio ningún motivo. Pobres de nosotros porque ni aquello era poesía ni nunca entendimos nada de artes; nos limitábamos a disertar sobre temas generales, adentrándonos en la metafísica, para no llegar nunca a un fin definido ni definitivo. Y, sobre todo, pobre de mí, que hablé de más aquella noche para opinar sobre algo que se encontraba muy por encima de mis modestas posibilidades.
Te faltó hablar de la voluntad, Jaime. La voluntad para matar. Creo que es un poema cobarde, para seres débiles e incapaces de afrontar la vida cara a cara.
Los demás me miraron. Jaime también, un poco molesto. En sus caras descubrí una necesidad de escuchar que no supe satisfacer, porque todo lo que tenía que exponer lo había dicho ya. Todo. O más bien nada.
¿Voluntad para matar? ¿Qué quieres decir con eso?
Quizá Javier se refiera a la posibilidad de poder matar porque sí dijo Joaquín.
¿Y por qué matar y no voluntad para suicidarse? Preguntó Jorge.
De nuevo esa charla baladí. El torrente de preguntas sin respuestas. Siento todavía unas ganas terribles de hacerles callar, pero después de lo ocurrido es mejor que silencie mis labios y deje transcurrir el tiempo sin decir nada. Escuchando sin hablar. Con vergüenza. Como obligan a hacer a los niños.
A Jorge le contesté yo:
Para suicidarse hay que estar libre de ataduras. Y la mayor de todas es el miedo. Para matar a otro hombre no se necesita más que las ganas de acabar con él, es algo muy simple. Pero para quitarse la vida es necesario un auténtico acto de voluntad. Los suicidas por una causa son despreciables; odiosamente cobardes.
Algunos, como José o Juan, prendieron las pipas, señal de que les atraía el tema. El humo espeso, denso, pesado, flotando lento en el espacio intermedio entre ambos aportó una nota fantástica al ambiente de nuestro pequeño rincón privado.
Mesón similar al que aparece en el relato, de elroalicodemanue.blogspot.com.es.
Yo, sin embargo, pienso que tan cobarde es el que se quita la vida como el que no se atreve a hacerlo puntualizó Julián, y me da exactamente lo mismo que se haga por voluntad, como tú dices, o por presiones sociales, económicas o sentimentales... Es igual.
Pero es que yo aún diría más era Jaime el que hablaba; nadie que se suicida lo hace por un acto puro de voluntad. Sería de una idiotez incomprensible.
Mis ojos entrecerrados. Aguantando la carga. Y después la acción estúpida, más propia de un inquieto adolescente que muestra las plumas de sus nuevas alas que de un adulto hecho y derecho, como se supone que yo era. Me perdí en la vorágine de mi posición a la que debía de defender a capa y espada, como si me fuera la existencia en ello. Cuestión de un mal comprendido sentido del honor.
Te puedo demostrar que en eso estás equivocado le dije.
¿Sabes de algún ejemplo? Preguntó Juan.
Yo mismo contesté acalorado.
Los demás sonrieron. Nuestras reuniones teóricas e imaginativas adoptaban un nuevo cariz. Era la primera vez que uno del grupo pretendía moverse en el terreno de la acción práctica. Y eso les resultó francamente interesante a mis compañeros.
A pesar de todo, los dos fumadores negaron incrédulos con la cabeza. El humo de las pipas escondía sus cínicas muecas de sorna. En ese momento les hubiera escupido: la saliva rompiendo la telaraña que les servía de escudo con un sinuoso sonido de seda desgarrada. Luego el impacto en sus caras, claro y agradable, dejándome a mí desahogado por completo. En vez de eso me levanté para enfrentarme a todos con la mirada, uno a uno por separado y luego nuevamente a todos en conjunto. Me ardía el rostro. El corazón acelerado, resonando en el silencio, formando un eco sordo bajo la respiración agitada. Me temblaban las manos cuando tomé la jarra para apurarla de un interminable trago. Después llamé al tabernero a gritos.
¡Jonás! ¡Ven un momento!
El hombre me miró sobresaltado. Nunca nos había visto así. Eran ya demasiados años parapetado tras de sus limpios vidrios, en su refugio de paz y alcoholes. Se asustó de veras cuando vio quebrado el solaz de su mesón.
¿Tienes aún la pistola a mano? Le pedí en voz baja.
Jonás asintió pálido, aunque se quedó inmóvil, esperando, con su enjuta cara más alargada si podía por el hueco que dejaba su boca abierta.
¿Está cargada?
Sí señor, pero...
Tráesela solicitó Jaime. No va a pasar nada.
El tabernero alzó los hombros descarnados y se marchó en busca del arma. Le seguí tambaleante hasta el cuartucho trasero de la casa. A la luz de una vela sacó una caja polvorienta que guardaba la pistola y me la ofreció. Estaba oxidada y herrumbrosa, pero cuando eché el percutor hacia atrás el gatillo se movió sin ningún esfuerzo dejándola preparada para disparar.
Cuidado, señor. Estas cosas las carga el Diablo.
No te preocupes, buen amigo. Tú vuelve a tu negocio que nosotros seguiremos con nuestras cuitas.
Regresé con mi grupo. La sonrisa ebria como una mueca grotesca en la boca. La pistola en la mano apuntando al suelo. Me detuve frente a la mesa.
Bueno, colegas míos. Llegó el momento. Me iré al monte para no molestar a alguien con tan desagradable espectáculo.
Sus expresiones no cambiaron un ápice. Aquello me enfureció y me embocé con la capa. En la puerta pude sentir las seis miradas fijas en mi espalda. Salí por fin sin escuchar una palabra, ni siquiera una despedida. O bien les daba igual que yo me pegara un tiro o bien estaban muy seguros de que no me atrevería a hacerlo. Las dos posibilidades me encolerizaron todavía más, a pesar de la contradicción que suponían. Quizá esperara a que me detuvieran o simplemente dijeran que la broma había ido demasiado lejos. Nada. Callados, mirando, rodeados de cerveza y humo.
El mesón era el último edificio de la localidad. Más allá, en el seno de la noche, comenzaba el campo abierto. Hacía frío, pero yo sudaba. El farol de la rúa brindaba una luz mortecina en forma de círculo, bajo el cual me centré. El vaho de mis respiración me recordó las pipas y la añorada intimidad del calor. Por un instante flaqueé, pero luego me puse a andar dejando atrás el pueblo y su relativa comodidad.
Debía de cumplir una palabra dada; tenía que demostrar que mi teoría era cierta; estaba obligado a ser uno de esos cretinos románticos, tan de moda, habilitados para morir con fanatismo manifiesto en defensa de un ideal.
Conjunto megalítico por sobre la nieva caída, de www.crienaturavila.com.
Los primeros copos entibiaron mi empeño y despejaron la roja embriaguez que me tenía sometido.
Con la nieve llegó también una especie de resplandor azulado que clareaba la senda. Intuí la luna oculta entre los oscuros nubarrones. Al mismo tiempo me envolvió el fresco olor rural y no tuve miedo. Así caminé durante más de una hora sin darme cuenta. Remitió luego la copiosa nevada permitiendo que la vieja Selene encendiera con sus múltiples brazos la blancura del manto helado.
El paisaje que se me ofreció entonces me resultó alucinante: una gama de verdes, casi negros, mezclados con albas manchas dejadas por la cellisca, servían de alfombrada base a un conjunto de grandes rocas que se alzaban como dientes lobunos desde sus encías terrosas. Toda la campiña se encontraba salpicada de flores pálidas indiferentes a los rigores de la temperatura glacial. Pese a mis escasos conocimientos de botánica las reconocí como Limonium dichotomum; inexistentes en aquella región.
Limonium dichotomum, de biodiversidadvirtual.orgherbarium
Finalmente, me apoyé algo mareado en una de aquellas erguidas piedras. Dejé pasar el tiempo mirando absorto a mi alrededor; realmente había olvidado el motivo por el que me hallaba en un lugar extraño, a esas horas tan tardías, con un arma en la mano.
La confusión se disipó enseguida y supe de golpe que había llegado hasta allí para suicidarme. ¿Para qué negarlo? Estaba aterrado. La angustia hizo que me temblara la cabeza, así que cerré los ojos a fin de intentar serenarme. Procuré concentrarme en esos pequeños acontecimientos que nos hacen pensar en que uno está vivo; cosas tan simples como el roce de la ropa contra la piel, el viento besándome la cara, la dura presión de la roca sobre los omóplatos o la pesadez de las piernas después de una larga e irregular caminata... Pero si algo eché realmente en falta en esos momentos fue el familiar y entrañable canto de los grillos.
Poco a poco acerté a calmarme. Aún así, persistía el ansia ante el hecho de que en breve tendría que asomarme al abismo donde se arrojan los que dejan de ser.
Mi existencia se iba a terminar sólo por una tonta apuesta de mezquinos borrachos que no me aportaría beneficio alguno más que el de demostrar que yo tenía razón. ¿De qué valía eso una vez en la fosa? Ni siquiera mis camaradas de taberna se dignarían en recordarme después como el único del grupo que contaba con el valor suficiente para llegar hasta el final con todas las consecuencias; al contrario, más bien me acabarían evocando como el "idiota ése que se reventó los sesos porque sí".
No; porque sí, no. La inspiración, como suele ocurrir, me llegó de pronto arrancándome una breve risa de complicidad hacia mi persona. Y es que el mero hecho de estar allí ya contradecía mis propias palabras, todo lo que yo había apologizado frente al ataque del resto de mis amigos, puesto que si me iba a suicidar con la intención de evidenciar que no hacía falta un motivo para ello, eso de por sí ya era un pretexto y, por tanto, yo carecía de razón. Increíble; había perdido. Mis argumentos se desmoronaban incluso antes de empezar.
Visto lo cual, no tenía más que desandar el camino para volver a casa y abandonar tan absurda empresa. Derrotado, por supuesto.
Mi orgullo en entredicho; ¡ay! Aquello era lo que más dolía. Razoné fascinado que ya no podía echarme atrás por puro temor al ostracismo, ya que todo aquel que mercadea con su palabra, la acaba desvirtuando; y quien no tiene palabra se priva del honor.
Levanté el arma.
Mis manos estaban azuladas, inutilizables. Ni siquiera podía articular los dedos, pues no me obedecían, y acerté en ello con una excelente excusa: "cometí el error de salir sin guantes; me vi incapaz de apretar el gatillo". Sonaba disparatado, pero no tenía nada mejor para ocurrírseme.
De lo lejos me llegaron los sones de una arrítmica sinfonía de cencerros. Parecían cabras u ovejas. Después escuché una flauta acompañada por el canto ronco de un anciano. Algunas de las frases las entendí claramente; decían así:
-"En el aire flota una fragancia de promesas remotas,
Tanto que llegan a ser invisibles a los ojos
Del hombre ansioso.
Las infinitas posibilidades van casadas con la mentira
Y el fruto de esa penosa unión es
La más grande desesperación del alma.
¿De qué sirve amar hasta la locura cierta?
¿Para qué arde una llama de cariño
Si éste es imposible?"
Ovejas negras, recopiladas de petalofucsia.blogia.
El resto de los versos cantados, si es que los había, fueron arrastrados por la fuerza del viento haciéndolos incomprensibles. Luego, de entre la tiniebla, surgió un zagal de cabellos negros y ojos castaños. Al verme cesó el toque de su instrumento y sonrió. No parpadeaba y la extraña curva de su boca me resultó forzada. Sentí repugnancia y algo de pánico. Posteriormente apareció el rebaño. Ovejas; todas negras, arrancando implacables de raíz la yerba en su avance, dejando tras de sí un rectilíneo rastro de desolación. No balaban, no producían más ruido que el de sus badajos golpeando las campanas de cobre. Por último vino el pastor, cubierto por una raída capa tan oscura y opaca que casi le hacía pasar desapercibido a la vista, fundiendo su altísima y espigada figura con la noche. La cabeza, protegida por un sombrero de paja de amplias alas, se alzó sin prisas y dejó al descubierto sus pupilas profundas, brillantes, rojas como ascuas.
El pastor colocó una de sus manos sarmentosas sobre la tierna cabeza del rapaz, quien de repente pareció sufrir una infinita y tormentosa agonía por ello. Volví a escuchar entonces esa voz rasposa, cascada por el tiempo, que me saludaba:
-Buenas noches tenga, caballero.
Bramó luego el viento con insólita potencia, arrancando de cuajo a las siemprevivas. Su gélida furia era tal que una bofetada de ofensa, y así noté que la piel se me secaba con su agudo tacto. Si tuviera que buscar un símil que describiera tan dolorosa y desagradable sensación, diría que dos dedos de filosas uñas se entretenían en tejer sangrientos mapas de lejanos países de fábula aprovechando las rugosidades naturales de mi rostro.
Me resguardé al otro lado de la peña a fin de evitar el frío envite del aire y allí recapacité sobre lo que estaba aconteciendo: era imposible que, a esas horas y con ese temporal, alguien medianamente normal se dedicara a apacentar su ganado. ¿Quiénes eran, pues, aquéllos que hacían de la noche la hora habitual para ejercer unas labores tradicionalmente diurnas, sin pensar siquiera en el bienestar de unos animales que, a postremas, suponían su sustento y supervivencia?
Intrigado, me asomé de nuevo para echarles otro vistazo, sin embargo ya no había nadie; ni pastor ni zagal ni ovejas. Pero sí la nítida pista sin hierba que dejaron las voraces rumiantes a su paso. En esto lo vi y, por tanto, ¡Dios me guarde!, lo que fuera motivo de leyenda pasó a ser para mí una realidad muy difícil de olvidar. Una bestia, mitad yegua mitad jabalí, cruzó rauda siguiendo los pasos del pastor con su cerduno hocico pegado al suelo, chasqueando las amoladeras, y los vivaces ojillos fijos en su meta. Hincado al enorme cuerno que le nace en mitad de la frente se descomponía el cadáver de un lobo adulto. No obstante, el monstruo no daba muestras de sentir el peso añadido y, con una agilidad y fortaleza envidiables, desapareció a su vez en los límites de la noche.
Dibujo (creo que el único que existe) del Escornáu, escaneado (penosamente) del libro Personajes imaginarios en peligro de extinción, de Pilar Alonso y Alberto Gil, con dibujos de Jesús Gabán.
Soltando un suspiro de alivio me sequé los regueros de sudor del cuello con el pañuelo para luego quedarme inmóvil durante un buen rato, intentando adivinar en la roca sobre la que me apoyaba un oasis de sano verismo y cordura. Por un momento creí escuchar las campanillas en el horizonte; luego, nada. Silencio sepulcral. Entonces me di cuenta de que había perdido la pistola.
No me dio tiempo a reaccionar. Hasta mí llegaba nebulosa una voz femenina que canturreaba sin palabras. Me hice el sordo cerrando en vano mis oídos a esa nueva ilusión, pero me fue imposible no hacerle caso. Caminaba desnuda, como una ninfa griega, recogiendo las flores víctimas del vendaval con las que confeccionaba una suave corona. Se aproximó y con sus delicadas manos me concedió el privilegio de hacerme rey al ceñirme la frente con la diadema aún sin terminar.
-¿La reconoces? -Preguntó alguien por encima de mí. Miré hacia arriba y vi a un joven sentado en los alto de la piedra con las piernas colgando, balanceándolas juguetón. Fruncí el ceño. Luego contemplé de nuevo a la muchacha.
-¿No? ¡Qué lástima! -Continuó el joven-. Ella sí que te conoce bien. Antaño anduvo tan enamorada de ti que acabó por abandonarte. ¿Sabes ya de quién hablamos?
¡Y tanto! Se refería a Gema; la única mujer a la que me había atrevido a querer hasta la locura. La tenía delante, mirándome sin ver, como dicen que les ocurre a los fumadores de opio allá en Oriente, con interrogantes ojos de ida, casi babeando. Una pobre imagen de lo que fue. No pude ni abrir la boca y ella comenzó a irse con lentitud, permitiéndome retener en la memoria cada nimio detalle de su delicioso soma.
-¿Recuerdas ese extraño dolor que te causó su fuga?
Perfectamente, maldito ladrón de membranzas, como si hubiera ocurrido hace sólo unos segundos. Me dijo que necesitaba ver mundo y escapar de ese pequeño pueblo que la estaba asfixiando.
-¡Falso! ¿Cómo pudiste creer en semejante justificación? -Se rió en clara burla-. Seamos sinceros: se fue porque te amaba y eso la estaba consumiendo; sentía auténtico horror a quererte, ¿no es maravilloso?
¿Maravilloso? No; más bien absurdo. Nadie teme al amor, sino a sus consecuencias y yo nunca di motivos a Gema para que perdiera su fe en nuestra ideal relación.
Siempre me imaginé que este caballero (y el de Nitrato de Chile)
eran el Diablo, de desdetemplolucero.blogspot.com.es
-¡Cuidado! Nos no tenemos necesidad de mentir; adoramos la Verdad. Tu duda nos ofende. Habrá, pues, que refrescar ésa tu voluble retentiva cerrada al pasado. Veamos, sospecho que la dama decía algo parecido a esto: "Javier, tienes que contener tu pasión desbordante...
...Porque es como un huracán que me arrastra, y yo no puedo corresponderte". Cierto; aún guardaba con celo aquella carta que me envió durante mi viaje a Bilbao. Al parecer, no fui capaz de dominarme, tal y como ella me suplicaba en su misiva.
-¿Ves? Ahora muéstranos en qué te convertiste desde entonces.
Un amargado.
-Con la facultad de acusar una aversión creciente hacia las mujeres; esos encantadores animalitos que te acosaron en cuanto ella desapareció.
Actuó por cobardía.
-E hizo de ti un pusilánime inverecundo. Posees todo el derecho del mundo para odiarla, amigo mío.
Apreté los dientes con rabia. La aborrecía, sí. En ese momento hubiera entregado gustoso mi alma a cambio de tener la ocasión de estrangularla, así que la busqué frenético para realizar mi obcecado deseo. Empero, la voz habló de nuevo.
-Hasta aquí lo que ya conoces. Sin embargo, lo peor vino después, durante su vida en la gran ciudad, donde se abandonó a los placeres de la experiencia imperdonable por parte de las buenas gentes puritanas... Siempre teniéndote presente -su risa me acosaba dejándome como hipnotizado-. Cada vez que yacía con un hombre, y fueron muchos, ella imaginaba que se trataba de ti; estabas por encima de cualquiera. ¡Oh! ¡Cuántos mensajes rotos donde intentaba explicarte el por qué de su decisión! ¿Y noches? Eternas, interminables, dando vueltas en su habitación, viendo tu rostro en cada esquina. Lloraba a menudo y otras tantas veces estuvo tentada de regresar contigo, pero, ¡claro!, no podía ser. Tampoco tú la olvidaste nunca y aún hoy sigues sufriendo. Nos queremos que eso termine, mi buen amigo. Ella ha muerto... Y su alma es nuestra.
La vi en lontananza, fugazmente pequeña, casi perdida. Grité su nombre, aunque no respondió ni volví a verla nunca más. El joven apareció a mi lado sonriente, pasando su brazo por sobre mis hombros.
Gema perdida, de hipogeo.blogspot.com.es.
-¡Vamos, vamos! Nada de lágrimas. Deseamos lo mejor para ti y queremos que muestres a esos bárbaros amigos tuyos que la razón está de tu parte. Te ayudaremos a que se callen de una vez para siempre. ¿Buscabas esto? -Me entregó la pistola, que yo recibí con ansia arrebatándosela-. Ahora demuestra tu valía, Nos haremos que seas un hombre de nuevo. Dispara.
Obedecí la orden llevándome la boca del cañón hasta la sien. He de reconocer que me encontraba relajado, realmente a gusto y en paz.
-Dispara -insistió apremiante el joven.
¿De dónde vino la repentina tormenta? Hubo un trueno y varios relámpagos nos rodearon formando una especie de jaula a nuestro alrededor. La cara de mi acompañante se descompuso.
-¡Dispara! -Me chilló.
La tempestad se desató con toda su furia. El joven se separó de mí y contempló el cielo. Yo seguía igual, con la misma postura, pero confuso e inseguro.
-¡No! ¡Él tiene que ser nuestro! -Dijo el otro señalándome con su mano en forma de garra bestial-. ¡Está perdido! ¡Perdido!
Después se escuchó un disparo.
Al cabo de tres días reaparecí por el mesón. Me presenté con un aparatoso apósito en la cabeza que pretendía cubrir un rasguño ocasionado por bala. Nadie dijo nada cuando entré. Ni siquiera Jonás, al que devolví el arma posándola sobre el mostrador.
Los seis, Jaime, Joaquín, Jorge, José, Juan y Julián, me miraron sin poder contener un gesto de sorpresa por mi aspecto. Me acerqué a ellos y ninguno hizo alusión ni al vendaje ni a las canas que inundaban mi cabello, antes totalmente oscuro. En mi fuero interno sinceramente les agradecí en el alma su piadoso silencio.
Volví al Club, al refugio, con sus charlas y disertaciones inútiles. Volví a formar parte de los hombres pacientes para beberme el tiempo y también la cerveza que Jonás me puso delante e intentar olvidar de una vez por todas que durante demasiados años había perdido mi preciada humanidad.
Aquí me viene de perlas el Confutatis Lacrimosa, del Requiem de Mozart. Sencillamente, me apasiona.



No puedo por menos que insertar algo de mi tierra. Y creo que lo mejor es un tema de la Sierra del Norte de Cáceres. Manantial Folk y su Amanecer en Gredos, con letra del vate Pedro Lahorascala.




La letra de este poema dice así:
Recibo el día en la cumbre
de la ruda crestería
y corto una rebanada
de las mañaneras brisas,
para mojarla en el néctar
de la leche clara y limpia
que manan las ubres prietas
de las montañas bravías
Recibo el día en la cresta
de la alzada serranía:
Al norte por Majalardos,
en donde Gredos alía
águila, nieve y laguna
sobre la azul maravilla,
bajo los rayos del sol
que lo besan y acarician.
En mi almuerzo como y bebo
de la vieja tierra mía.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Occidental, plasta e informal


¿Quién alguna vez no ha acabado despertando en algún lugar desconocido (en primera instancia) y con un tremendo dolor en el interior del cerebro fruto de la nutrida muerte neuronal producida por la incondicional ingesta de alcohol durante la madrugada anterior? Es cierto que mucha gente tendrá todo el derecho del mundo a responder que ellos no, que nunca han catado el brebaje del Diablo y que, por tanto, ni han perdido los papeles ni la cabeza ni tampoco la vergüenza. Y no les resto un ápice de razón por la certeza que eso encierra.
Pero conozco, igualmente, a una cantidad ingente de coetáneos generacionales míos a los que ese infortunado fenómeno les ha ocurrido no una, ni dos ni tres, sino varias veces más de las mencionadas, en lo que una buena amiga mía, Begoña Olabarrieta, calificaba acertadamente, en mi opinión, no como alcoholismo, pero sí de bebedores compulsivos.
El sueño de un borracho, recogido para la ocasión de nadacomolalluvia.blogspot.com.es
Eso no significa otra cosa que consumir de manera abundante (quizá en exceso) durante un periodo de tiempo concreto, pero sin la necesidad constante de que el alcohol alivie la pesada carga de una vida que en muchas ocasiones pierde el sabor y la sal, así como los colores, por culpa de una acuciante urgencia de utilidad práctica sin ahondar un mínimo en las necesidades anímicas. O lo que es lo mismo: el inútil éxito laboral y la estúpida dedicación de casi todo el tiempo de que uno dispone para cedérselo al trabajo frente al abandono de la contemplación sin prisas para ver pasar el viento ante tus ojos en un claro día de primavera o biengastar minutos preciosos con la persona o las personas que realmente pueden dar sentido a una existencia.
Las tentaciones de un borrachín, de grupoeupsike.wordpress.com
Esos bebedores compulsivos son, evidentemente, una categoría superior a la del mero bebedor de fin de semana, que concentra en esos tres días sus necesidades de inhibirse a través de la botella. Pero también es verdad que en esos estados de embriaguez temporal se cometen errores lamentables que pueden dar al traste con el futuro de alguien prometedor o puedes dañar la sensibilidad de alguien que, a la postre, te puede acabar sacando de algún apuro. Pero de todo eso el bebedor compulsivo sólo es consciente a toro pasado, por lo que en muy escasas ocasiones el problema se resuelve y la solución perece en un rincón del olvido más remoto.
El problema es cuando las generaciones siguientes intentaron imitar a la mía y se limitaron a copiar únicamente el absurdo que conlleva el vacío posterior a tantas horas de bienestar etílico plagado de ideas que se van por el sumidero de la genialidad perdida. Fueron los llamados “Generación X” o en España, más concretamente, la “Generación Kronen”. Mundos perdidos de manera voluntaria, a pesar de contar con una preparación infinitamente mejor que la nuestra. Y donde nosotros acabamos emergiendo del fango para salir victoriosos a la luz de un nuevo amanecer, ellos prefirieron permanecer en las sombrías profundidades de la nada existencial, únicamente para poder lamentarse de ello. Penoso, pero cierto.
Hommer Simpson, uno de los más brillantes bebedores de la
historia de la pequeña pantalla, brindando por el alcohol, la causa de y
la solución a todos los problemas de la vida, recogido de foro.miotragus.org
Sobre esta tercera lacra occidental, ALCOHOL a mansalva, se han hecho numerosas canciones de mi época, pero quiero recrearme con una de ellas: una universalidad de Neil Diamond de 1968 que versioneó Bob Marley, “Red, Red Wine”.

La letra y su traducción, son las que siguen:

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
GO TO MY HEAD (sube a mi cabeza)
MAKES ME FORGET THAT I (hazme olvidar que)
STILL NEED HER SO (todavía la necesito tanto)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
ITS UP TO YOU (depende de ti)
ALL I CAN DO, I'VE DONE (todo lo que podia hacer, lo he hecho)
MEMORIES WON'T GO (los recuerdos no quieren irse)
MEMORIES WON'T GO (los recuerdos no quieren irse)

ID HAVE SWORN (Me juré)
THAT WITH TIME (que con el tiempo)
THOUGHTS OF YOU (los pensamientos sobre ti)
WOULD LEAVE MY HEAD (abandonarían mi cabeza)
I WAS WRONG (estaba equivocado)
NOW I FIND (ahora he encontrado)
JUST ONE THING MAKES ME FORGET (lo único que me hace olvidar)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
STAY CLOSE TO ME (permanece cerca de mí)
DONT LET ME BE ALONE (no dejes que me quede solo)
ITS TEARIN APART (se me está hacienda tiras)
MY BLUE, BLUE HEART (mi triste, triste corazón)

ID HAVE SWORN (Me juré)
THAT WITH TIME (que con el tiempo)
THOUGHTS OF HER (los pensamientos sobre ti)
WOULD LEAVE MY HEAD (abandonarían mi cabeza)
I WAS WRONG (estaba equivocado)
AND I FIND (y ahora encontré)
JUST ONE THING MAKES ME FORGET (lo único que me hace olvidar)

RED, RED WINE (Rojo, rojo vino)
STAY CLOSE TO ME (permanece cerca de mí)
DONT LET ME BE ALONE (no dejes que me quede solo)
ITS TEARIN APART (se me está hacienda tiras)
MY BLUE, BLUE HEART (mi triste, triste corazón)

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RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
YOU KEEP ME ROCKING ALL OF THE TIME (me haces estremecer todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO GRAND (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan magnífico)
I FEEL A MILLION DOLLARS WHEN YOUR JUST IN MY HAND (siento como si tuviera un millón de dólares cuando te tengo en mi mano)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO SAD (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan triste)
ANY TIME I SEE YOU GO IT MAKE ME FEEL BAD (cada vez que te veo marcharte me hace sentir mal)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA PON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep*)
RED RED WINE YOU GIVE ME WHOLE HEAP OF ZING (Rojo, rojo vino, me aportas un montón de cosas)
WHOLE HEAP OF ZING MEK ME DO ME OWN THING (un montón de cosas que me hace hacer lo mío)
RED RED WINE YOU REALLY KNOW HOW FI LOVE (Rojo, rojo vino, realmente sabes cómo encontrar el amor)
YOUR KIND OF LOVING LIKE A BLESSING FROM ABOVE (tienes una forma de amar como bendecida por el Cielo)
RED RED WINE I LOVE YOU RIGHT FROM THE START (Rojo, rojo vino, te amo desde el principio)
RIGHT FROM THE START WITH ALL OF MY HEART (desde el principio con todo mi corazón)
RED RED WINE IN A 80S STYLE (Rojo, rojo vino con estilo de los 80)
RED RED WINE IN A MODERN BEAT STYLE, YEAH (Rojo, rojo vino con un estilo de ritmo modern, sí)

GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME RED WINE BECAUSE IT MAKE ME FEEL FINE (Dame vino rojo, porque me hace sentir genial)
MEK ME FEEL FINE ALL OF THE TIME (me hace sentir genial todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA ON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep)
THE LINE BROKE, THE MONKEY GET CHOKE (la línea se rompió, el mono se ahogó)
BURN BAD GANJA PON HIM LITTLE ROWING BOAT (quema algo de maría –ganja- sobre él en un botecito de remos)

RED RED WINE IM GONNA HOLD ON TO YOU (Rojo, rojo vino te voy a abrazar)
HOLD ON TO YOU CAUSE I KNOW YOU LOVE TRUE (a abrazarte, porque sé que tu amor es de verdad)
RED RED WINE IM GONNA LOVE YOU TILL I DIE (Rojo, rojo vino, te voy a querer hasta que me muera)
LOVE YOU TILL I DIE AND THATS NO LIE (a quererte hasta que me muera y no miento)
RED RED WINE CANT GET YOU OUT MY MIND (Rojo, rojo vino, no te puedo sacar de mi mente)
WHERE EVER YOU MAYBE ILL SURELY FIND (donde quiera que estés te encontraré fijo)
ILL SURELY FIND, MAKE NO FUSS JUST STICK WITH US. (te encontraré fijo, no la montes y únete a nosotros)

GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME LITTLE TIME, HELP ME CLEAR UP ME MIND (Dame algo de tiempo, ayúdame a aclarar la mente)
GIVE ME RED WINE BECAUSE IT MAKE ME FEEL FINE (Dame vino rojo, porque me hace sentir genial)
MEK ME FEEL FINE ALL OF THE TIME (me hace sentir genial todo el tiempo)
RED RED WINE YOU MAKE ME FEEL SO FINE (Rojo, rojo vino, me haces sentir tan bien)
MONKEY PACK HIM RIZLA ON THE SWEET DEP LINE (El mono se lía un mai a la luz de la dulce línea de Dep)
THE LINE BROKE, THE MONKEY GET CHOKE (la línea se rompió, el mono se ahogó)
BURN BAD GANJA PON HIM LITTLE ROWING BOAT (quema algo de maría –ganja- sobre él en un botecito de remos)

RED RED WINE YOU REALLY KNOW HOW FI LOVE (Rojo, rojo vino, realmente sabes cómo encontrar el amor)
YOUR KIND OF LOVING LIKE A BLESSING FROM ABOVE (tienes una forma de amar como bendecida por el Cielo)
RED RED WINE I LOVE YOU RIGHT FROM THE START (Rojo, rojo vino, te amo desde el principio)
RIGHT FROM THE START WITH ALL OF MY HEART (desde el principio con todo mi corazón)
RED RED WINE YOU GIVE ME WHOLE HEAP OF ZING (Rojo, rojo vino, me aportas un montón de cosas)
WHOLE HEAP OF ZING MEK ME DO ME OWN THING (un montón de cosas que me hace hacer lo mío)
RED RED WINE IN A 80S STYLE (Rojo, rojo vino con estilo de los 80)
RED RED WINE IN A MODERN BEAT STYLE, YEAH.
(Rojo, rojo vino con un estilo de ritmo modern, sí)
 (*) Dep es la discográfica del grupo UB40, que hizo famoso este tema en 1983.

domingo, 11 de noviembre de 2012

La Rosa Negra (capítulo VII)

Capítulo VII. Pureza en mitad de la Fantasía.
 
 
 
Y a medida que andaba y cantaba, el valle se iba poniendo verde de hierba que, tras los pasos del león, se fue extendiendo como un lago.
                                                                                                       C.S. Lewis. El sobrino del mago.
 
 
"Ahí está -se dijo antes de descender al valle-. Me parece que ya he llegado por fin".
La tierra limpia del sendero actuaba como un bálsamo cicatrizante para las heridas de sus pies, al tiempo que la visión del viento meciendo sin ruido la alta hierba virgen sanó las azarosas inquietudes de su alma. Su ánimo fue a mejor y no sintió la necesidad de volverse para despedir al invierno que se había adueñado del bosque a sus espaldas, pese a que no dejaba de ser un espléndido espectáculo.
"¡Qué raro que no tenga hambre!", pensó haciendo cuentas de su larga estancia en aquella región mágica sin haber probado un solo bocado. Se detuvo un instante distraído con esta banal idea. Del mismo modo recorrió con la vista el perfil de la colina que se erguía ante él ya a poca distancia.
Carecía de una forma particularmente vistosa, aunque mostraba algunos detalles dignos de ser destacados. El pico de la cima, por ejemplo, era completamente negro, en contraste con los verdes, ocres y marrones del resto del conjunto, como si sobre él, de forma exclusiva, hubiera caído una nevada impregnada de noche sin luna. A media altura, un árbol señero montaba guardia frente a lo que parecía ser una fortaleza de piedra, pero en realidad se trataba de una agrupación de rocas armonizadas de tal manera que su imagen alejada era muy similar a la figura de un castillo.
Colina solitaria en el desierto de las Bardenas con lo que parece ser una fortaleza
en su pico. Imagen cogida de www.gonzaloiza.com
"Aquello podría ser la morada del Rey -razonó atendiendo a esta última circunstancia-. Y puede que dentro esté la flor".
Tan pronto se percató de lo que estaba pensando saltó alarmado entre la yerba a uno de los lados del camino.
-Si seré tonto -se lamentó oteando con mil ojos desde su escondrijo, pero no alcanzó a ver a nadie por los alrededores-. Una de dos : o es un rey muy descuidado o está muy seguro de sí mismo.
Ninguna de las dos posibilidades barajadas le tranquilizó lo bastante como para ponerse de nuevo en marcha. Un gorjeo, como de risa infantil, rompió el silencio justo detrás de su nuca sobresaltando al joven en mitad de la calma.
-¡Mi madre! ¿Qué es esto? -Exclamó precipitándose hacia adelante con el vello de los brazos totalmente erizado.
Anduvo un buen trecho arrastrándose a gatas hasta que se dio la vuelta para hacer frente al nuevo horror con que le ponía a prueba aquella atroz y desalmada tierra.
Delante tenía a un pequeño ciervo blanco de grandes ojos azules que le escudriñaban tranquilos y sin ningún temor. Por el contrario, Cunneda sintió pánico, más incluso que cuando estuvo con el dragón. Y su miedo procedía del cuerno recto que le nacía a la criatura en la frente, medio palmo por encima de las cuencas oculares. La cabeza del simpático animalillo se ladeó chanceándose del absurdo terror que atenazaba al muchacho. Si bien tampoco hizo nada por evitarlo.
-¿Qué eres tú? -Preguntó sabiendo que aquel prodigio de la naturaleza tendría algún medio de comunicarse con él.
El Nimbi meneó su larga cola de león y pareció sonreír.
-¡Venga, háblame! Sé que puedes hacerlo. En este lugar cualquier cosa es posible.

Dibujo del libro "Unicornios (de la Historia y la Verdad)", de
Michael Green, que un servidor tiene la enorme suerte de poseer.
Enseguida vio que el animal no parecía tener malas intenciones y, además, su mera presencia le llenaba de sosiego. El pitón, formado por tres espirales acijados que se entrelazaban hasta fundirse en uno en la punta, ya no le resultaba tan terrible. Fulguraba con una extraña luz casi divina. Entonces Cunneda, sin que mediase motivo, se abrió confiado al unicornio:
-No me contestas, aunque parece que me entiendes. ¿No es así? ¿Eres tú el Rey de los Elfos? ¿Son éstas tus tierras? Pues has de saber que he venido a llevarme la Rosa Negra. No quiero utilizar la violencia, me caes bien, pero, después de todo lo que he pasado, no pienso renunciar ahora.
El Nimbi agitó sus tupidas crines rubias y emitió una especie de enincho que al joven le sonó como una carcajada.
-¿Te ríes de mí o es que a lo mejor estoy equivocado? No, ya veo. No eres el Rey de los Elfos, pero bien podrías serlo si quisieras. Rezumas majestad...
Cunneda, quien ni siquiera se había percibido del uso de palabras que no existían en su lengua natal, extendió una mano intentando acariciar el hocico del Nimbi, pero éste se apartó raudo y desapareció.
-¡Hey! ¡Aguarda! -Llamó-. No voy a hacerte daño; te he dado mi palabra de honor. ¿Por dónde andas? ¡Por favor, vuelve!
Su repentina ausencia le dejó desolado. Desconocía lo que era un unicornio, nunca se lo había oído mentar a nadie, pero reconoció con inteligencia que el escurridizo animal era pura amistad, y en esos momentos lo que más necesitaba era un amigo.
"No te he abandonado", anunció el Nimbi. Estaba a su lado, asomado entre unos crecidos matojos de pasto. Cunneda respiró con alivio al verlo.
-Demasiados seres que hablan con pensamientos -respondió el joven en tono de broma.
"Primadinas ahora teme a la palabra, porque si hiciera uso de ella podría morir", aclaró el unicornio.
-¿Quién es ese tal Prima-no-sé-qué?
"Primadinas es el dragón con quien jugaste a no hablar", dijo el Nimbi saliendo hasta el centro del camino de grupas a la colina. El viento provocaba centelleantes torbellinos con los bucles de sus melenas y de su corta barba mientras parecía aguardar por algo.
-Jugar no es precisamente lo que hicimos el dragón y yo, creo. ¿Tú y él sois lo mismo? -Quiso saber Cunneda obviando la cuestión de que el unicornio supiera de su encuentro con el pérfido saurio.
"En cuanto que criaturas somos iguales. Pero, en realidad y en esencia, somos contrarios".
La respuesta del animal no satisfizo al muchacho.
"Lo siento, pero no te entiendo -declaró cambiando sin brusquedad al registro del unicornio-. No soy un hombre sabio y tendrás que hablarme con claridad".
"Crees que Primadinas y yo somos uno porque para ti ambos nos expresamos de la misma manera. ¿Es que no eres capaz de distinguir la diferencia?"
Cunneda negó con la cabeza arqueando las cejas.
"La verdad es que no. Claro que veo que el dragón era repugnante y tú eres lo más bello que he visto hasta ahora, pero aparte de eso para mí actuáis igual", confesó.
El Nimbi sonrió para sus adentros antes de alentar al joven mientras se daba la vuelta de cara a la colina.
"Recapacita; piénsalo bien", le aconsejó.
"¿Qué es lo que miras?". El cambio de tema demostraba que Cunneda no parecía muy dispuesto a devanarse los sesos por una cuestión que, aunque le interesaba sobremanera, no consideraba tampoco imprescindible para cumplir su autoimpuesta misión.
El unicornio se giró entonces para mirar de frente al joven.
"¿Piensas de verdad que la sabiduría es inútil?"
"¿Y quién ha dicho eso?", se defendió molesto el muchacho.
"Muy bien, pues contéstame y serás más sabio".
El nerviosismo de Cunneda dio paso al enfado.
"Me fastidia que me trates como a un niño. ¿Por qué no me lo dices tú y acabamos antes? Deja de burlarte de mí, ¿quieres?"
"Si no fueras un niño yo nunca me habría acercado a ti", fue la enigmática réplica del Nimbi, el cual volvió a contemplar atentamente el horizonte.
Ofendido hasta su límite se alejó unos pasos del animal, pero no pasó mucho tiempo antes de que se detuviera en seco con gesto triunfante. Tenía la respuesta; ya sabía cuál era la abismal desemejanza entre dragón y unicornio. Hubiera querido decir "tú eres pensamiento y el monstruo, palabra", pero se calló porque la sentencia le resultó demasiado pobre para expresar la amalgama de ideas fugaces que se concentraron de manera instantánea en su cerebro hasta dar con la solución.
Rechinó los dientes al no hallar los conceptos precisos para explicar que el reptil, al comunicarse, lo hacía de forma forzada denotando así que lo natural en él era la palabra hablada, a la que había renunciado a cambio de disfrutar engañosamente de una retorcida diversión, que bien podría haber acabado de forma estúpida con su propia vida. El Nimbi, sin embargo, cabalgaba recta y libremente por el interior mismo del pensamiento del joven, sin necesidad siquiera de proyectar la palabra mental desde su cerebro al de Cunneda.
Con una mezcla de satisfacción e impotencia el muchacho desanduvo lo andado y se situó junto al unicornio.
"Tengo la respuesta, pero desconozco cómo dártela", admitió por fin.
"Lo sé".
El cuerno refulgió adamantino con una luz blanca tan radiante que prácticamente se hizo invisible a los ojos del muchacho.
"Verás, el mejor conocimiento no es el que se refleja en palabras, sino el que se confirma con acciones. No permitas que tus limitaciones te inhiban en la búsqueda de la Verdad. Para mí, has demostrado ser un hombre sabio, y eso es lo mismo que decir que eres un buen hombre".
Cunneda no le entendió muy bien, aunque captó perfectamente el mensaje secundario que le había lanzado aquel extraordinario animal tan distinto del resto de las bestias. Henchido de orgullo y nuevas esperanzas rastreó los alrededores a ver si podía encontrar algo para entregárselo a modo de agradecimiento. A pocos metros de donde estaban brotaba una planta de graciosas flores color violeta y dulce aroma. Arrancó una y se la ofreció al Nimbi. Éste no pudo ocultar su impresión al percibir el olor de la lavanda que le tendía el joven.
Flor de lavanda.
"Y esto, ¿por qué?", inquirió.
"Porque supongo que a todas las mujeres os agradan los regalos y ahora no tengo nada mejor que entregarte".
El unicornio no dijo nada, pero aceptó el obsequio con una mirada cargada de ternura. De repente tendió sus orejas hacia el camino.
"¡Ah! Aquí llegan", señaló.
"¿Quién llega?", cuestionó Cunneda atontado aún por el agradable cosquilleo que le produjo alimentar al excelente animal. Aparte de que sentía cierta recóndita soberbia por haber averiguado que se trataba de una hembra.
"Una pequeña ayuda para ti".
El ruido de los cascos mordiendo la tierra se escuchó incluso antes de que una nube de polvo mostrara el lugar de donde procedían los caballos. Se trataba de una manada liderada por un gran macho azabache y cuatro yeguas cuyos pelajes variaban de colorido con cada galopada que daban. Dos rezagados potrillos canela cerraban la marcha procurando no perder de vista las cerdas de las colas de sus respectivas madres.
"Los hombres suelen confundirme con ellos", apuntó el unicornio echando una ojeada a Cunneda.
"¿A quién? ¿A ti y a ésos? Qué absurdo -respondió boquiabierto-. Tú eres mucho más... Más hermosa. Aunque ese caballo negro que va delante, cualquiera diría que pertenece a un dios".
"A un dios no, pero es la montura preferida del Rey de los Elfos. Su nombre es Celebinish. Los demás no tienen dueño".
"¿Del Rey de los Elfos?"
"Sí. Ése al que buscas".
Cunneda creyó notar una mirada irrisoria en el Nimbi.

Hermoso animal cogido de www.fondosescritoriogratis.net
"Te equivocas. Yo no le busco. Todo lo contrario; estoy procurando no tropezarme con él", aseguró.
"¡Vaya! ¿De veras?"
Antes de que el joven pudiera decir nada el titánico semental se paró frente a ellos agitando la testuz como saludo. Visto a esa distancia el bruto no sólo impresionaba, sino que llegaba a imponer serio respeto. El resto de la gavilla permaneció alejada pastando de la jugosa hierba.
"No te preocupes. No te hará nada. Vamos, móntalo".
"¿Qué? Yo nunca me he subido a un caballo", comentó el muchacho con alarma.
"Siempre hay una primera vez. De todos modos, Celebinish tiene la virtud de no tirar nunca a quien tenga encima, aunque también cuenta con la mala costumbre de no dejar montar al que él no quiera. Comprobemos en qué grupo estás tú".
El caballo relinchó mostrando los dientes en asentimiento a lo que había apuntado el unicornio. Cunneda, entonces, alzó los hombros resignado y se acercó al flanco derecho del frisón. Celebinish le miró un instante y se apartó cuando el joven hizo el amago de subirse.
-Tranquilo, bonito -le espetó Cunneda, pero la operación se repitió por segunda vez con el mismo resultado.
"¿Lo ves? Ahora ya sabemos que no me deja. ¡Menuda ayuda que me has traído!"
"No te enfades. Inténtalo por el otro lado", le aconsejó el Nimbi.
Rodeando al corcel, que persistió en su sitio, Cunneda subió a su lomo de un ágil salto. Luego esperó un tiempo prudente antes de atreverse a sonreír.
"Tenías razón", admitió dando algunos pasos sobre el caballo. "¿Y ahora qué?"
"Ahora sígueme. Debes de rematar tu viaje de una vez".
Avanzaron en dirección al cerro, el unicornio primero, seguido por Cunneda y Celebinish. El resto de la recua no los acompañó.


Para acompañar la lectura ofrezco a Milladoiro y su especialísimo tema "Muiñeira de Pontesampaio".
 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Iria (una utopía)


No creí que pudiera existir nada similar a lo descrito en el relato, pero la realidad siempre, siempre, siempre sobrepasa a la ficción. Esto que se ve aquí es el Desierto de los desterrados, en Islandia, cogido de www.fotonatura.org. Allí se enviaban a los asesinos y demás personal considerados la escoria social para morir o si sobrevivían, rehabilitarse.


“Allá, en la tierra de Iria, en mitad de la más árida nada esteparia, se alza un avejentado baluarte de plomo y barro; abrasador y ardiente bajo el aplastante sol del verano y helado hasta quemar la piel con las ventosas mordidas matutinas del gris invierno. Es inmenso en altura, aunque mediano en extensión. Depende su percepción, sobre todo, de las personas que haya confinadas en su interior en un momento determinado, pero todos sus habitantes tienen marcado en lo más profundo de sus ojos un mismo origen: las mazmorras infestadas de ratas de la lejana capital, Lasombre.
“Y también comparten idéntico destino: morir en el olvido, lejos de todo y de todos. Desaparecer de la memoria colectiva de un pueblo que se deshace de ellos por ser los putrescentes despojos de una sociedad a la que ofende la vileza de haber nacido pobre, haber surgido llorando del seno de una puta, haber sido alejado del cariño familiar tras su abandono en plena calle o ser, sencillamente, en algo diferentes.
“El roce del viento es lo más similar a un beso que se estila por aquellos lares. El gruñido de odio es el saludo habitual –si no es más bien una amenaza–, y la única música de la que se puede disfrutar es el sonido de una paliza brutal propinada para arrancar a golpes de bastón candente el alma en jirones de un cuerpo falto de fuerza y de energía para seguir existiendo.
“Era, es y será el lugar más parecido al concepto de Infierno en la Tierra: Piedra, polvo y lodo en la boca; lacerados dedos de yemas sangrantes y sin uñas y amarillentos ojos secos de tanto llorar en silencio ácido esmeralda y dorado sulfuro. Allí los sentidos se envilecen, la edad se marchita y el espíritu se encoje bajo una lluvia incesante de malos augurios, esperanzas muertas, pensamientos funestos y fuentes de diarrea existencial.
Muy inquietante imagen elaborada por Anton Semenov, pillada de www.inkultmagazine.com, que se me antoja lo más parecido a lo que se puede encontrar en un Infierno cualquiera. Quizá el tuyo.
“ ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre! ¿Hasta cuándo? ¡Hasta siempre!...

“…Siempre. Nunca. Palabras que pesan como losas por su tremendo sentido realista…
“…Y aún así, muchos de los que allí habitan se sienten más libres que los que dicen serlo en el resto del orbe. Quizá sea porque tienen tiempo de pensar en que existen y que son, a pesar de lo absurdo que puede resultar semejante reflexión.
“Puede también que porque sean capaces de sentir crecer en sus pechos el vértigo de la existencia inyectando en momentos de soledad infinita ese chorro de adrenalina suficiente para hace volar los corazones hasta desbocarse durante un precioso e intenso segundo. Y hay veces, incluso, en los que una sonrisa de asombro ha iluminado, como si saliera el sol en plena noche, alguna celda y los guardias sombríos no se han atrevido a indagar la razón de ese extraño fulgor apenas percibido por ojos que no sean los de un búho nocturno.
Estrella moribunda, del blog www.lapandorica.com
“Son instantes casi divinos que, por ser a la vez profundamente humanos, ahondan en el mayor de los contrastes percibidos. Porque mientras que en el seno de una prisión perdida se sigue absorbiendo a pequeños sorbos la vida áspera y amarga, fuera las hordas de muertos que se mueven continúan agotando sus densas existencias sin vivir realmente. Repitiendo, una y otra vez, los mismos pensamientos, manteniendo idénticos anhelos, realizando gestos gemelos y ya aprendidos, soltando sin hablar palabras repetidas y sin contenido profundo, ofreciendo egoístas besos sin pasión, lanzando miradas sin inteligencia ni curiosidad. Es el mundo terrible del nada asombra y todo aburre; del estar de vuelta de todo o de la pose excesiva para demostrar que se es un espíritu libre tras haberse asomado a todos y cada uno de los rincones del mundo para regresar trayendo consigo, como una carga inútil, el mensaje de que no hay nada diferente bajo el mismo sol y en un planeta demasiado pequeño para los espíritus ociosos.

“Holgada disparidad en la que a un lado se concentran las existencias teñidas de blanco que se pierden en las sombras, frente a las profundamente grises resaltando sin perfiles bajo el colorido y amplio vacío del exterior. Vidas intermitentemente plenas en un extremo, o presencias continuas, pero flojas e inertes, casi inapetentes, en el opuesto.
“Eso es lo que ha llegado a representar Iria en la mente del colectivo hastiado por la ausencia de novedades. Iria es la capacidad de recuperar el orgullo de seguir siendo, a pesar de los obstáculos. Iria es respirar conscientemente el aire que nos rodea y notar que con cada bocanada fresca el cuerpo se revigoriza para seguir avanzando paso a paso. Iria es negarse a que el músculo se agote definitivamente. Iria es esa brazada de más que se da pese al agotamiento extremo cuando tienes la playa a la vista, al alcance de los dedos. Iria es negarse a dejar de ser. Iria es intentar ser inmortales mientras dura un pestañeo de los párpados. Iria es heroicidad en estado puro.
Espectro de las almas blancas, de es.artquid.com
“Pensad en Iria cuando el abrir los ojos por la mañana sea una tarea ingrata e imposible de cumplir. Invocad a Iria cuando creáis que el amor se ha extinguido definitivamente en vuestros pechos. Recordad a Iria cuando la nada viscosa y vermiforme se apodere de vuestros pensamientos. Despertad a Iria cuando penséis que ya es demasiado tarde para empezar de nuevo”.
El portavoz de la Divinidad, desde su improvisado atril en la plaza central de Lasombre, se cayó un momento y recorrió con la mirada al ejército de desesperados que tenía delante. Nadie se movía. Querían más; lo necesitaban, carentes de esperanza como estaban. Pero ya no había nada más que añadir, tan sólo plantearles la cuestión que bien podría prender con su chispa la llama de la revolución o bien acabaría perdiéndose con el viento en alguno de los rincones del mundo hasta dispersarse como si nunca antes la hubieran pronunciado:
“¿Qué es preferible para vosotros? ¿Ser realmente libres en Iria, saberos hombres y mujeres plenos de existencia en esas sombras tan llenas de vida o recrearos en una opulencia vana, sin esperanza ni futuro que os ofrece una ciudad ardiente bajo el sol, que esclaviza las mentes a cambio de vuestra mismísima esencia?”
El silencio se hizo insoportable. Una gota enorme resbaló por la sien derecha del portavoz de la Divinidad hasta alcanzar la comisura de su labio. Abajo, la masa humana se contemplaba con prudencia, intentando adivinar en el ojo del vecino cuál tendría que ser la mejor respuesta, cuando ésta se encontraba en el interior de cada uno. Se oía el viento azotar las cabelleras y arriba en los balcones de los edificios más altos que rodeaban la plaza central, por encima del pueblo, esperaba la respuesta el estamento de los privilegiados.
No había ejército en Lasombre. No hacía falta. Se había logrado adormecer los instintos primarios de la población a base de abundante ocio gratuito para sus escasos momentos de esparcimiento y alimento excesivamente asequible, suficiente como para abastecer las diferentes necesidades que se habían creado de forma artificial según cada barriada y mantenerlas a todas ellas agónicamente sumisas. A cambio, sólo reclamaban el mantenimiento absoluto de esa élite dedicada exclusivamente a la contemplación y la vida pasiva, sin reservas y con una fidelidad a prueba de toda duda. Los gobernantes sabían que eso no podría durar más allá de tres o cuatro generaciones, pero no importaba. Tenían trabajando de forma incansable a un ingente grupo de expertos para crear nuevas formas de diversión sin coste alguno a fin de seguir envileciendo los espíritus durante los años venideros.
De cuando en cuando, permitían que alguno de la base particularmente maleable ascendiera a las alturas para demostrar que existía permeabilidad entre estamentos, pero no era más que un espejismo. Previamente, se practicaba un exhaustivo examen del individuo para determinar su ausencia absoluta de escrúpulos antes de siquiera plantearle la posibilidad de seguir manteniendo inamovible el número de privilegiados o de ingresar algo de sangre fresca, bella y joven en tan hermético círculo.
Otra imagen de Anton Semenov.
Pero algo había fallado. Un minúsculo resquicio del infalible plan hacía tambalear su impresionante estructura desde los cimientos, porque a nadie se le había ocurrido incluir en los cálculos la posibilidad de semejante percepción en la masa irreflexiva: Hastío y aburrimiento absoluto.
Unos pocos comenzaron a cuestionar un sistema incapaz de cumplir con sus más íntimos anhelos y hacer reales sus aspiraciones más ínfimas en comparación con el torrente imparable de necesidades vacías  que se hacía llegar al conjunto de ciudadanos desde la cumbre. Algo removía sus estómagos incapaces de reconocer que ese hueco en sus esencias era la libertad de elección, muerta ya por la ingente cantidad de información percibida a diario para obturar el raciocinio y dejar que otros más preparados y mejor dispuestos resolvieran los problemas cotidianos.
Unos se mantenían en rincones oscuros para elaborar intrincados dibujos en blanco y negro que les despejaba por unos segundos la visión. Otros, se imaginaban formas en la piedra y lloraban por su desconocimiento absoluto ante la posibilidad de arrancarlas de su seno, porque no conocían técnica alguna para poder hacerlo. Los había que en su locura se arrancaban los ojos para evitar esa búsqueda inútil e incansable de algo que les satisfaciera de verdad, y hasta se llegaban a quitar la vida por lo insoportable de una situación rutinaria y sin salida.
A muchos de ellos los denunciaron sus propios familiares y vecinos, temerosos ante una actitud carente de lógica que bien podría ocultar una enfermedad insondable que acabara con sus cómodas existencias. Y desaparecieron de la faz de la tierra como si nunca antes hubieran existido.
Pero quienes tuvieron contacto con los extraños recogieron y sembraron sin saberlo una semilla de inquietud que les hacía brillar en mitad de la uniformidad generalizada y, finalmente, acabaron ellos también por evaporarse de las calles. Así que, a partir de entonces, reinó el silencio en la mayoría de los casos para preservar la vida y el azul de la enfermedad acabó extendiéndose como la cianosis en los cuerpos carentes de oxígeno.
Y ahora, un portavoz de la Divinidad, Ésa a la que muchos de los gobernantes despreciaban porque no se veían reflejados en Ella, desataba su lengua ante una inquieta e inquietante multitud de personas que luchaban y se afanaban por recuperar el pensamiento perdido.
El silencio también se hizo insoportable para los que estaban asomados a los balcones y alguno tuvo que reprimir un escalofrío, cerrando los ojos a lo que allá abajo estaba por venir. Una mujer desdentada por la piorrea se aclaró la garganta y con voz clara proclamó:
–¡Iria!
Su palabra quedó suspendida en el aire, quebró la vergüenza que atenazaba las lenguas y abrió las compuertas para que una avalancha de ideas cobrara forma en un único concepto.
–¡Iria! –Berreó el que se encontraba a su lado afirmando con la cabeza y esbozando algo parecido a una sonrisa.
Idea de la pesadilla de Anton Semenov.
–¡Iria! –Repitió al fondo una joven de apenas quince años levantando a la vez un puño en lo alto.
–¡Iria!
–¡Iria!
–¡Iria!
La percepción del tiempo se detuvo para todos. El portavoz de la Divinidad, los de arriba y toda la masa congregada en la plaza central de Lasombre supieron de inmediato que, a pesar de que no todos se unieron al grito casi generalizado, aquella sociedad tan asentada en cátedras de acero que todos creían constantes viraba de improviso hacia un destino por completo nuevo y desconocido que nadie de los presentes alcanzaba a vislumbrar.
El siguiente paso aún estaba por dar. Hubo miedo, pero su sabor era fresco y muchos le dieron la bienvenida, porque había nacido de un albedrío individual aliado a otras muchas voluntades similares, que no iguales, y cada uno pensaba en que comenzaba a ser el verdadero dueño de sus personas.
Y, por fin, alguien reaccionó…
Nada mejor que relajar el ambiente con un buen tema musical. El artista, Otis Redding, la canción, (Sitting On) The Dock Of The Bay. Perdonad si a alguien he ofendido con este relato. Pero sabed que he disfrutado redactándolo...