domingo, 3 de junio de 2012

Gigante sin causa (semifábula)

Segundo de los cuentos de la serie "Deliciosamente humano". Sin más preámbulos, ahí va:


Hombre-árbol, de  Carlos Sánchez Hijarrubia, que me viene de vicio para la historia


En una población costera situada al Sur del país vivía un joven moreno y de pequeña estatura. Durante el invierno ayudaba en las faenas pesqueras yendo cada día en un bote diferente y cobrando en comidas.
En la estación estival se colocaba en algún garito de la playa donde vendía toda clase de bebidas frescas a los viajeros que venían a visitar el pueblo. Por supuesto, atendía a todos por igual, pero prefería servir antes a las turistas que a los turistas.
El joven moreno y bajito –según los extranjeros “típico del lugar”– soñaba con poderle hablar a alguna de aquellas monumentales bellezas que, con voz golosa, le pedían cerveza, sobre todo, o agua, las menos. Aunque sólo iban a eso, a beber.
“¿Será posible que no se fijen en mí?” –Reflexionaba el joven afligido–. Uno no es tan feo, ¡vamos, digo yo!”.
Todas las noches, al regresar a casa, se preguntaba cuál podría ser el motivo de que a él no le hicieran ni caso. ¡Qué va! Las muy… preferían la compañía de esos chicarrones llenos de hinchados músculos y bien bronceados. ¡Oh, sí! Los veía pasar en parejas agarrados del brazo o dándose la mano, charlando de intimidades, y ellas miraban hacia arriba para contemplar embelesadas los ojos de sus experimentados acompañantes. ¡Pues claro, hombre! Ahí estaba la clave. Su tamaño. Era demasiado bajo para atraerlas a su lado.
“La culpa es de la familia materna –pensaba–, he heredado sus genes enanoides; mi padre bien podía haberse esforzado en buscar una mujer más alta”.
La solución se le ocurrió una mañana mientras contemplaba la vitrina de una tienda de plantas. En unas macetas crecían flores variadas, de diferentes colores y formas, y se fijó en que había algunas de la misma especie que tenían una mayor altura que otras. Intrigado, entró dentro del local y preguntó a la tendera.
–Es por la luz –respondió la buena mujer.
Le explicó entonces que las plantas recogían la energía lumínica a través de sus hojas y que aquéllas que estaban más expuestas al sol acababan siendo más grandes que el resto, aunque se hubieran plantado al mismo tiempo. El joven, emocionado, no se lo pensó dos veces.
“La luz hace crecer –discurrió–. Yo también usaré el mismo método”.

Se dirigió a una droguería donde adquirió un bote de pintura verde similar al color de la vegetación. Luego se untó con una brocha el espeso líquido en las palmas de las manos y se encaminó hacia el monte más elevado de los que rodeaban al pueblo. Una vez allí, expuso sus manos mirando directamente al sol por la zona pintada y se quedó quieto con los ojos cerrados, confiando ciegamente en la provechosa utilidad de su idea.
Poco le importó que la piel se le quemara, quedándose del todo insensible y dura, ni que empezara a notar cómo los dedos de los pies adquirieron vida propia para hundirse en el terreno, cada vez más profundamente. Él sólo tenía la noción de crecer y progresar, igual que un árbol.
Al cabo de un mes, más o menos, llegó tan arriba que ocultó el sol al pueblo. Los turistas, por culpa del muchacho, dejaron de acudir.
–Si no hay sol, no hay divisas –gritaron indignados y se marcharon a una localidad vecina que ofrecía las mismas posibilidades, sólo que iluminadas por el astro rey.
El desesperado alcalde, que de cuando en cuando seguía gastando chistera, a pesar de la obsolescencia de la prenda, mandó talar al loco de las manos verdes que no se avenía a escuchar razones de ningún tipo, porque, entre otras cuestiones, carecía ya de orejas para escucharlas, y si las hubiera conservado estarían a tal altura que la voz no les llegaría con nitidez.
Y el leñador lo segó cumpliendo desapasionado la orden.
Los golpes de hacha no dolían, ni siquiera manó sangre; el joven sólo pudo sonreír de contento al ver que caía desde tan alto antes de morir.

Bella imagen extraída de www.arbolemia.es que hubiera podido ser un buen final alternativo, pero no.


Aquí cuelgo un video de los Agentes Secretos titulado "Málaga es mi ciudad", que por ciudad costera que es, conoce bien lo que significa la llegada de turistas y el desastre que supondría su fuga hacia otros lares...

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