sábado, 30 de abril de 2011

Microeconomía para tiempos aciagos









Una pequeña ristra humorística ("captada" de la red de redes) sobre algo que debería de dar pavor, pero es bueno mirarlo con una sonrisa...
     ¿Es que a nadie se le ha ocurrido pedir públicamente la lista de bancos y cajas que fueron rescatados con dinero de todos nosotros (y de nuestro espíritu) cuando la pesadilla de la crisis irrumpió de forma definitiva con el reconocimiento del Gobierno? ¿Cuánto dinero recibieron esas entidades y de qué forma se repartió con nombres y apellidos? ¿Cuántas veces han recibido esas cantidades salvadoras? ¿Es que nadie tiene curiosidad? ¿Soy el único alma cándida en este sentido?
     Me resulta increíble, casi kafkiano, pensar en todo el chorreón de euros que se han dedicado a salvar unas estructuras por completo alejadas de lo que son sus clientes, que viven y piensan al margen de los pobres animales a los que les chupa con fruición la sangre y que se han acorazado detrás de un inviolable caparazón de indiferencia ante todo lo que las rodea con la única excusa de que necesitan hasta del último céntimo que acaparan (incluidos los abusivos 12 euros que te llegan a cobrar por sacar dinero de una tarjeta de crédito para llegar a final de mes) a fin de pasar la reválida de Europa; esos famosos exámenes o test de estrés que se supone determinan la salud y la resistencia de la banca ante una situación de grave choque financiero.
     Y me resulta difícil de digerir por la sencilla razón de que un país no son las entidades financieras, sino sus habitantes. Esos extraños seres que suelen caminar a cuatro/dos/tres patas capaces de lo mejor y de lo peor, de pasar de la euforia más absoluta a la más profunda tristeza sin que se merme en exceso su motor mental y anímico, de superar las peores situaciones sin que la cordura general se vaya al garete y que si sobreviven es gracias a sus negocios y sus trabajos y no a los premios de las loterías, precisamente.
     Y si las personas son las que hacen un país, un Estado o como diantre se quiera denominar, por lógica, lo último que hay que hacer es asfixiarlas para salvar a entidades sin almas.
     En los foros de Internet han corrido ríos de bits para tratar sobre este tema, tanto a favor como en contra (como debe de ser en una sociedad donde el exceso de información vicia tanto como su ausencia total), pero la sensación última es la que prima, y mucho me temo que la mayoría de los mortales han experimentado en sus carnes, incluidos los considerados como solventes porque todavía trabajan, el agujón de su apatía hacia el entorno al ir a solicitarles la posibilidad de seguir siendo sus esclavos durante un tiempo más para ir tirando hasta que el temporal amaine.
     Pues mucho me temo que de continuar en sus búnqueres haciendo oídos sordos a las llamadas de auxilio de aquellos que les alimentan, cuando salgan de sus agujeros al creer que la situación ha mejorado se encontrarán rodeados de una tierra yerma y sin posibilidades de que vuelva a crecer nada en ella y únicamente habrán sobrevivido para volver a morir más lenta y agónicamente que si hubieran desaparecido de forma natural unos meses antes.
     El problema de fondo, aparte de la insana mentalidad que demuestran tener las entidades financieras, es que cuando todo esto haya acabado (si es que alguna vez ocurre, porque los hay también que les viene muy bien que se prolongue cuanto más tiempo mejor) el sistema seguirá siendo exactamente el mismo y la situación será prácticamente idéntica a la del punto de partida de la crisis. Únicamente habrá variado el elemento, la fuente, el bien con el que seguir con la especulación. Así, el ladrillo pulverizado dará paso al oro, la soja, el petróleo, el coltán o los cereales, que serán la nueva moneda para el enriquecimiento desmedido. Habrá una nueva burbuja que reventar en el futuro y a las bases les seguirá dando igual siempre y cuando haya un trabajo con el que tirar mesualmente y unos derechos laborales que volver a conquistar. Es decir, que el propio concepto de crisis (punto en un camino a partir del cual hay que elegir por dónde continuar al llegar a una bifurcación o trifurcación) dejará de tener sentido y habrá que inventarse un nuevo término sustantivo para cuando la economía se vuelva a hundir.
     Es triste pensar que los bancos y cajas de ahorro únicamente tienen una visión macroeconómica de las cosas. La microeconomía, tan importante en el funcionamiento día a día de un núcleo familiar (sea o no tradicional), se sigue dejando de lado en favor de conceptos abstractos únicamente comprensibles por un grupito de privilegiados que manejan el cotarro ante la impuesta ignorancia de las masas mayoritarias, o lo que es lo mismo el grueso de la Humanidad.
     La microeconomía, bien entendida, puede ser la solución para hacer de la economía de este país algo realmente saneado. Será un proceso lento, quizá hasta un punto exasperante, pero después del desfonde bajo nuestros piés de un sistema frágil y sin base real, más vale que se rellene ese inmenso hueco con pequeñas piedras pesadas y bien reales que den firmeza y estabilidad en lugar de volver a cabalgar con rapidez sobre el dinero rápido de las burbujitas de jabón que no hay quien las controle. Traducido a un lenguaje más llano, no estaría de más que los bancos y cajas dedicaran una parte de los fondos que ahora atesoran como si fueran avaros dragones tolkienianos a mover la economía de base mediante microcréditos. Eso daría una estabilidad a ciertos negocios y mantendría el empleo hasta la vuelta de la competencia pura y dura en que los empresarios se vuelvan a lanzar dentelladas unos a otros para captar nuestra atención.
     Es más, las entidades bancarias bien podrían repartirse el cotarro de forma territorial, casi por barriadas, a fin de refrescar el comercio pequeño y que el dinero vuelva a correr con algo más de alegría incentivando el consumo de nuevo, quizá con una pequeña ayuda por parte de los comerciantes a base de una bajada temporal de los precios (como si estuviéramos en rebajas permanentes hasta que pase un tiempo).

     Eso, al menos, es lo que me comprometo a hacer yo si la Diosa Fortuna me golpea (aunque sea con dolor) con su bastón y me llevo 14 millones de euros en el Euromillón. Prefiero mil veces dedicar una parte de esa fortuna a mantener negocios o crear nuevos en mi ciudad antes que ingresar todos esos eurillos en un banco o caja, y opto antes por el colchón que por volver a alimentar a esos animales de bellota con mi dinero.
     Pero por ahora ellos prefieren enviar a sus maltrechos "clientes" costosas cartas confeccionadas a base de papel de lujo y membretes a todo color con el absurdo, estúpido y demencial mensaje de que están cumpliendo con la reválida europea.
     ¡Nos ha fastidiado! Es que si en estas condiciones no lo consiguen es como para ahorcarlos a todos (lo que para muchos también sería otra solución, ¡je, je, je!).


martes, 5 de abril de 2011

Primero de los cuentos de los "Terrores de la calle Osario"

Finalmente, tras un proceso que comenzó el pasado 5 de abril y que se ha rematado hoy, día 25 del mismo mes, he terminado de redactar este cuento. Se trataba de algo que llevo dando vueltas desde antes de la moda de los zombies en la literatura y forma parte de una pequeña serie de historias de terror (mis terrores) que se ambientan en una calle concreta de Córdoba; de ahí el título: "Los terrores de la calle Osario". Ahí va:

                                               Una nueva vida en Córdoba

     A las siete de la tarde, puntuales como aseguran los británicos que ellos son, las hordas de muertos vivientes bajaban en masa por la calle Osario en dirección a la Plaza de Colón, en busca de algo vivo con que saciar su acuciante apetito.
     La masa se movía adaptándose como un líquido consciente a cada rincón de la estrecha vía, dejando a algunos pocos de sus miembros deambulando por las confluencias de Domingo Muñoz, Teniente Albornoz, la Plaza de Vaca de Alfaro o en la plazoleta de Puerta de Osario, donde algunos de ellos tendían con terca querencia a la quebrada cristalera de la guardería ya abandonada y ubicada en el fondo de aquel espacio cerrado y sin salida.
     Y se desplazaban en un completo y absoluto caos. Nada que ver con esa especie de civilizado orden con que caminan los zombies en las películas; antes bien, se mordían entre ellos, se hincaban los codos y se zancadilleaban hasta caer al suelo y ser pisoteados brutalmente por los otros. O, incluso, los había que eran arrastrados por las rugosas paredes en los tramos más estrechos de la vía arrancando jirones de piel y parte de la carne de brazos, caras y piernas, pero sin que se produjeran alaridos de dolor, rabia o de rencor. Sólo ese continuo gemir que ponía los vellos de punta a todo aquél que lo escuchara aproximarse antes de que se le abalanzaran encima para devorarlo aún vivo.
     A decir verdad, parecía que las prisas les poseyera, como si el tiempo se fuera a acabar en cualquier momento. Muertos caminantes con suaves toques Beat de Modernistas zarrapastrosos, incapaces de reponer sus destrozos en cuerpos y ropas, pero con la urgencia de ir siempre un paso por delante de ese continuo fluir temporal que les amenazaba... Aunque, en su caso, sin razón aparente ni necesidades vitales que cubrir, salvo el de comer siempre para acabar con la dolorosa sensación de hambre en sus pútridos estómagos.
     Y la visión fue aún peor cuando todavía había nieve sobre el suelo. Las caídas eran continuas antes de que aquel inmaculado y fuera de lugar -por su aire de eternidad y falsa calma- manto frío se acabara derritiendo. Y luego llegó ese repugnante fango mezclado con restos insanos de cadáveres andantes, de olor tan penetrante e intenso que aquella calle quedó marcada para siempre en la memoria de los supervivientes a aquella extraña situación. De los muy pocos que lo lograron...
     Por entonces, apenas sí quedaban en la ciudad reductos de personas vivas, sanas o como se les quiera calificar. Emulando la cada vez más copiosa literatura del género o, sobre todo, ciertas obras de culto en celuloide, pequeños grupos de "vivos" se habían lanzado hacia los centros comerciales, donde la abundancia de comida almacenada en los supermercados y de elementos de ocio con que cubrir el hastío del agobiante no hacer nada les permitiría aguantar el tiempo preciso hasta que no hubiera más necesidad que volver a salir al exterior para continuar con la supervivencia.
     Pero sólo había salido bien en uno de ellos, el de El Arcángel. No por nada en especial, sino porque en el resto de espacios similares a ése no había nadie en los equipos que "supiera" de muertos vivientes, mientras que entre las filas del de la ribera del Guadalquivir se encontraba un auténtico "frikie" de los que se gastaban pequeñas fortunas en adquirir joyas del octavo arte, así como libros sobre esta macabra temática en la tienda de Crash Cómic. Y su mínima "experiencia" al respecto les había salvado momentáneamente la vida a la veintena de personas que empezaban a malvivir en su interior, generando ya las primeras fricciones entre ellos.
     Pero nadie en este mundo -ni en el otro- es un experto en novedades. Los que creían que los muertos no podían correr comprobaron demasiado tarde su error con una horrorosa expresión de pánico marcada en sus rostros, que no se les borró ni cuando ellos mismos se levantaron de nuevo de su última caída en vida para continuar el espantoso y desapasionado ciclo de deglutir carne todavía con capacidad de asustarse. Los que pensaban que esos espantos andantes no eran entes capaces de razonar acabaron desmembrados (y comidos) por grupos de silenciosos cazadores, que aguardaban emboscados, con una capacidad ilimitada para la paciencia, en lugares oscuros y poco frecuentados hasta la llegada de sus víctimas. Mientras que los que temían que iban a caer los primeros por no estar preparados tuvieron largas y asombrosamente extrañas vidas gracias a su ingente capacidad de adaptación al medio, su enorme falta de solidaridad hacia los demás y su hiperdesarrollado instinto de superviviencia, incluso en la soledad más absoluta. Y de éstos últimos, Córdoba poseía especímenes en abundancia.
     Alguno, con extrema ironía y fino humor negro (que, curiosamente, se dispara en el alma del hispano medio cuando las cosas van francamente mal), sacó punta a la situación mientras se escondía por un instante para recuperar el aliento tras un cartel del Paseo de Córdoba. En él rezaba "Ni una agresión más. Ni una muerte mas", en un genial y poco efectivo intento por acabar con la brutalidad del machito ibérico -el tarado, evidentemente- hacia sus parejas y que ellos consideraban como una pertenencia "gollumniana". El hombre frunció el ceño al leerlo y se sonrió contemplando luego a su alrededor, en ese enorme espacio vacío donde reinaban los heladores gemidos de los muertos, y pensó: "¡Mira! Por fin en la ciudad de la igualdad de sexos ya no hay diferencias. ¡Todos igualitos en esta rara no muerte!". Pero luego volvió a mirar a sus lados y vio que no había nadie, y como no quiso desperdiciar lo que consideró como un buen chiste se rió de buena gana. Y eso fue lo último que hizo en vida.
     Hasta se dio el caso de una familia que fue asaltada en su propio hogar por uno de esos monstruos capaz de recordar su antiguo oficio, el de cerrajero, para entrar a hurtadillas en el interior de la casa haciendo uso únicamente de una tarjeta de plástico. En ese momento, un hombre se encontraba de espaldas a la puerta, dándole de comer a un niño sentado sobre una trona, mientras la madre se hallaba en las habitaciones del fondo arreglando las camas.
     El hombre no supo interpretar las miradas de asombro del bebé ni sus balbuceos al contemplar el horror acercándose a su padre, quien, casi sin saberlo, terminó perdiendo la vida -y la traquea- de un poderoso mordisco en el cuello. El estruendo de la caída de la trona al suelo llamó la atención de la mujer, y el espectáculo que contempló al llegar a la sala, con la silueta de un hombre devorando sin pasión alguna el cadáver de su marido, así como la ausencia de su hijo, que en ese momento yacía sin vida con la cabeza abierta detrás de un sofá, la hizo volver al interior de la casa completamente aterrorizada, cerrando tras de sí la puerta.
     Fue un sonido casi imperceptible, pero suficiente como para que el eterno hambriento volviera su interés hacia una nueva víctima. La mujer gritó hasta quedarse afónica con cada golpe que aquel ser daba a la puerta de su cuarto, cerrado ya con pestillo. Enseguida se le unieron nuevos golpes cuando su antiguo marido regresó de entre los muertos con nefastas necesidades que saciar, y la viuda supo que tenía que vender cara su vida.
     Y así lo hizo. Un paraguas que guardaba en el armario de su habitación le bastó para perforar el globo ocular del asaltante cuando éste hizo saltar finalmente en astillas la puerta. El profundo y rápido estoque le llegó hasta el interior de su cabeza y murió por segunda vez. Su caída entorpeció la marcha del otro ser, quien, al tropezar, se encontró de nuevo con la punta metálica del paraguas obteniendo idéntico fin.
     Hoy se sabe que esa mujer fue una de los supervivientes y que, en completa soledad, se hizo experta en la caza y destrucción los caminantes sin alma, pero fue del todo incapaz de adaptarse de nuevo a la situación de normalidad cuando todo acabó y terminó sus días arrojándose desde lo alto de la torre de la Mezquita-Catedral, por entonces el punto más elevado de toda la ciudad, hacia el empedrado de la calle Cardenal Herrero, justo al lado de una abandonada Vespa VB1 de 1957 de color granate, crema y cromado, donde sus destrozados restos permanecieron durante al menos tres días, hasta que los retiraron definitivamente, poco después de que las jaurías de perros asalvajados la atacaran para alimentarse con su carne, pero de una forma por completo diferente a la de los muertos caminantes, sino más bien con la natural pasión por mantenerse vivos un día más. Y es que el virus, o lo que fuera que causó aquel desastre (algo aún sin determinar o, al menos, no hecho público) no afectaba al resto de los animales; únicamente a los considerados humanamente inteligentes.
     De igual modo, había algunas parejas y tríos desperdigados en áreas muy diversas, que tenían más fácil el pasar desapercibidos durante mucho más tiempo encerrados en sus propios hogares o haciéndose fuertes obstruyendo varias calles con murallas, alambres y vallas metálicas y bien armados. Éstos fueron los que pudieron aportar toda la información posterior para hallar una explicación lo más lógica posible, o menos absurda, a lo que había ocurrido. Hay que tener en cuenta que cuando todo pasó para volver a una relativa normalidad, los primeros que pudieron acceder a la ciudad se encontraron con una urbe desierta, plagada de calles sin movimiento (salvo por el de las cucarachas y las ratas) y con la mayoría de sus edificios transformados en meras carcasas vacías, incapaces de contener señal alguna de vida en su interior.
     La verdad es que todos coinciden en señalar que el fenómeno de terror coincidió con un anochecer de diciembre, concretamente un viernes helado, en el que empezaron a caer los primeros copos de una intensa nevada, que acabó tiñendo de blanco las calles de la ciudad califal y sus alrededores y que, al mismo tiempo, suspuso el fin de cualquier tipo de comunicación con el mundo exterior, ya fuera telefónica, por radio, televisión o Internet. Pero nadie supo afinar ni la hora ni la razón de la presencia de esos seres, antiguos moradores de Córdoba y ahora condenados a vagar en un filo fronterizo entre la vida y la muerte y ajenos por completo al bien y el mal, aunque sí podían ser eliminados cuando su cerebro se veía traumáticamente afectado por alguna causa, como es el caso de un balazo, una taladradora, un martillazo o cualquier otra cosa que los acabara pulverizando.
     Tampoco nadie se dio cuenta de que los primeros casos fueron detectados -demasiado tarde, eso sí- en las barriadas de la periferia. Villarrubia cayó por completo esa misma noche, y parte de los caminantes de ojos velados se desplazaron luego atraídos por las luces nocturnas hasta el núcleo urbano matriz, si bien pequeños grupos de varias decenas acabaron desperdigándose por los campos intermedios y allí se quedaron. En Alcolea, la espantosa matanza se prolongó durante algo más de dos días, pero el resultado final fue el mismo, mientras que en Santa María de Trassierra, debido a la gran cantidad de armas de fuego usadas para la práctica de la caza que había almacenadas en las viviendas, la batalla fue bastante más pareja, hasta el punto de que el mal se erradicó del todo, pero quedaron muy pocos supervivientes y su miedo les impidió desplazarse a cualquier otro lugar por temor a lo que pudieran volver a encontrarse.
     Aunque no todos nadaban en la tiniebla del desconocimiento más absoluto. Una muy arcaica sociedad que hundía sus raíces en el remoto pasado de la tradición oral (antes, incluso, de que existiera el concepto de ciudades) dibujó sobre seca piel humana con arcanos de sangre azul la realidad oculta del misterio cordobés, y luego el obsceno papiro se desveló al mundo en un polvoriento rincón del Palacio de Las Veletas, en la ciudad hermana de Cáceres. Allí, uno de ésos que por extrañas circunstancias conocían aquella escritura maldita lo tradujo con esmerado detalle y excelencia, y de ahí pudo leerse lo que sigue:
     "La esfera temporal y compacta (lo suficiente como para cercenar limpiamente un cuerpo humano por la mitad con quirúrgica precisión casi divina) se formó sobre Córdoba, envolviendo con su perfección diamantina a la ciudad imperfecta, encerrando en su seno desde las entrañas más recónditas, viscosas y húmedas hasta su cielo siempre azul, si bien pesadamente gris en esta ocasión maldita por hombres y dioses.
     "Esa distorsión espacio-temporal surgió a raíz de la creciente cerrazón mental de una buena parte de sus habitantes, incapaces de asimilar el avance del fluido temporal y empeñados en retroceder en todos los sentidos, suspirando por que cualquier tiempo pasado era más controlable que un temido presente siempre cambiable y caprichoso ante el que sus mentes cerradas se negaban a adaptarse.
     "Finalmente, por las insoportables tensiones contrapuestas, el tiempo se resquebrajó en silencio dejando a la ciudad pendiente en un presente continuo que para el resto de los mortales ya estaba siendo el pasado. Córdoba flotaba ligera sin anclajes al margen de líneas temporales, y esa inestabilidad de perfección circunferencial permitía a sus habitantes desplazarse a su gusto en la dirección que deseaban, y, así, la mayoría eligió el pasado cercano, horroroso y oscuro, haciendo de éste su futuro más inmediato".
     ¿Por qué nadie se dio cuenta antes de que aquel esmerado lenguaje, con términos en exceso modernos, chirriaba con violencia si se lo casaba con una época de la que ni el polvo del recuerdo quedaba ya? Y eso que, pese a ser el menor de los problemas de los cordobeses vivos, al menos sí era una explicación, que no consuelo, para lo que ocurrió en la ciudad califal. No obstante, esa aclaración apenas sí fue difundida y los escasísimos que la conocieron, entre ellos militares y altos cargos de la clase política nacional, se conjuraron en un silencio que se presuponía protector para un ingenuo pueblo que debía de seguir ajeno a unos horrores nada naturales que no fueran los de llegar como buenamente se podía a final de mes, evitar la presencia de una guerra en territorio propio o la pérdida de un ser querido.
     En cualquier caso, las palabras del papiro no terminaban ahí. Había mucho más y todo su contenido resultó ser en exceso inquietante:
     "Pero la dirección que tomó la ciudad fue siempre en el plano temporal, aunque nunca en el espacial, por lo que en lo que supone que es una realidad continua Córdoba nunca se movió de su sitio, si bien su desplazamiento no se llevó a cabo a saltos, sino, más bien, de forma continua y lineal, y eso le confirió una velocidad cada vez mayor hacia lo que fue el inicio de todos los tiempos. Eso sí, la ciudad flotante se detuvo por unos minutos en tres ocasiones, cada una de las cuales indicaba que el número de los que habían provocado el fenómeno iba en descenso dentro de la esfera, víctimas de sus degradados semejantes.
     “La primera de ellas tuvo lugar en el año 1013. Madinat Al-Zahra fue demolida por los beréberes después de que el populacho enfrentado entre sí destruyera el rico palacio de los amiríes. El brutal saqueo de la ciudad califal sembró las calles de cadáveres en lo que sería el inicio del declinar en la gloria y pujanza de la entonces principal urbe del mundo. Luego Córdoba continuó su viaje.
     “La segunda parada coincidió con las reformas administrativas de Diocleciano, cuando todavía la colonia patricia de Corduba seguía siendo la capital de la Bética y aún no había perdido este privilegio en favor de la vecina Hispalis.
     "En ambas ocasiones, los habitantes de las dos Córdobas y todo lo que les rodeaba se entremezclaron y cohabitaron en perfecta armonía física, ya que para cualquiera de las ciudades su otro yo era visible, aunque intangible, y mientras que algunos cadáveres andantes intentaron sin ningún éxito alimentarse de antiguos romanos cordubeses o de califales venidos a menos, muchos de éstos casi enloquecieron al contemplar de cerca el espanto hecho carne, los edificios del futuro y algunos vehículos que todavía deambulaban por las calles, porque ese mundo tan ruidoso, inhumano y metálico iba mucho más allá de su comprensión, y los seres desalmados de ojos blancos les hicieron creer que habían ido al mismísimo Infierno en vida.
     "Relativamente poco tiempo después de aquellos fenómenos la ciudad experimentó un profundo cambio social, económico y cultural que la rebajó, en cierto modo, de categoría en un mundo de constantes cambios, que no admitía el inmovilismo, los cánones imperturbables o la estabilidad de los sistemas, porque esos conceptos carecen de lógica en un continuo fluir de la vida, de la existencia y del tiempo.
     "La tercera y última parada coincidió con la desaparición del postrero de los retrógrados en las cada vez más solitarias calles, pero el viaje de la argonáutica ciudad había cobrado una intensa velocidad que la hizo navegar en silencio por propia inercia mucho más allá de ese instante. Así pues, 1,5 millones de años antes de la era del Cristo, más o menos, Córdoba cayó a plomo sin emitir ruido alguno sobre un espacio vacío en el que el Guadalquivir no era ni siquiera un proyecto de río, aunque los pliegues de la futura Sierra Morena ya estaban allí para contemplar desde sus alturas con asombro la callada visión de una ciudad perdida en el tiempo.
     "El choque fue de tal envergadura, que la esfera temporal se resquebrajó deshaciéndose en un finísimo polvo de cristal que ardió de inmediato al contacto de un viento tan rico en oxígeno. Aquel aire era de una densidad tan brusca que los cordobeses vivos sintieron como si les abofeteara una mano gigantesca y más de uno lloró por el dolor de lo que evocarían luego como un segundo parto, sólo que éste mucho más consciente que el primero en que vieron la luz. Había en el aire un millón de olores novedosos, pero que, a la vez, recordaban al del agua pura y primigenia y esa extraña contradicción atrajo sobremanera a los muertos que andaban, y la ciudad se vació de ellos.
     "Pero no fueron los únicos que abandonaron Córdoba. Los supervivientes del sur de la ciudad también salieron bajo la joven luz de un sol que ya era viejo entonces y que dibujaba en la límpida atmósfera vanas promesas de superviviencia, porque desconocían qué les iba a deparar el destino si continuaban escondidos en una ciudad casi muerta. Y, así, encaminaron sus pasos meridionales hacia un futuro incierto que hundía sus raíces en un inusual pasado para acabar sus días más felices de lo que se podría imaginar cazando, procreando y honrando a sus muertos en una cueva ubicada a unos 70 kilómetros al suroeste de allí.
     "Ahora bien, aquel tiempo no era el natural de aquella ciudad del futuro. Y, del mismo modo que algo elástico una vez que se estira hasta su límite tiende a su normal estado, Córdoba experimentó una ciclópea fuerza que la arrancó con violencia del pasado y la atrajo de nuevo a una velocidad inusual hacia su presente inicial, que irónicamente ya era el pasado de los cordobeses. De esa manera,  y ya sin pausas, la ciudad retornó a su presente continuo, como si nunca hubiera pasado nada.
     "Y volvió escasamente tres minutos más tarde del instante en que inició el viaje hacia el pasado. Por ello, en el exterior de la ciudad apenas sí habían notado su ausencia, porque en ese momento no había avión ni tren que circulara por las vías o estuviera a punto de aterrizar o despegar del aeródromo califal. No obstante, los vehículos que se desplazaban por carreteras y autovías sí frenaron en seco su marcha al toparse de frente con una muy espesa niebla que les impedía avanzar sin entorpecimiento, por lo que prácticamente todos ellos tuvieron tiempo de detenerse a tiempo antes de que chocaran de frente contra la esfera temporal. Todos salvo un camionero que se dirigía hacia el Centro Logístico de Transporte y que acabó empotrado junto con su enorme trailer contra el impenetrable muro invisible.
     "Así lo hallaron los primeros miembros de las fuerzas del orden -una pareja de la Guardia Civil- que osaron moverse en dirección a Córdoba cuando la niebla bajó de intensidad. El camión apareció aplastado sin razón aparente en mitad de la vía, y cuando uno de los agentes se asomó a la cabina para comprobar el estado del conductor, éste intentó morderle con un gruñido más animal que humano, a pesar de que tenía el pecho por completo aplastado por el volante y se encontraba inmovilizado contra el destrozado asiento. No volvió a saberse nada del conductor ni de los agentes de la Benemérita después de que una minúscula unidad especial, muy probablemente del Ejército, se los llevara silenciosamente y sin dejar rastro hacia un destino desconocido.
     "Justo después, como si lo hubieran estado esperando, la zona quedó por completo tomada por militares que cubrían sus rostros con máscaras más complejas de lo que se supone eran para poder defenderse de un ataque convencional de gas. Y ninguno de aquellos soldados procedía de la cercana base de Cerro Muriano. Nadie del exterior pudo acceder a Córdoba, ni los de dentro tuvieron permiso para salir durante, al menos, 15 días. Un plazo en el que las meticulosas y disciplinadas tropas peinaron por completo la ciudad y sus alrededores hasta el más nimio de los rincones, eliminando con determinación los escasos restos de caminantes que quedaban merodeando por los campos o los que habían contactado con la esfera desde fuera del casco urbano".
     Ahí acababan las palabras del insano papiro.
     Pero la perfección es imposible, y, por mucho cuidado que se le aplique, la labor humana dista mucho de una ausencia total de errores. Y eso fue lo que ocurrió en Córdoba. Concretamente, en una de las carreteras menores que la circundaban, la CP-021, toda una familia que circulaba en un destartalado Jeep todoterreno de los originales acabó con la mente viciada al toparse con la esfera a las afueras de Santa María de Trassierra y comenzó su vagabundeo en grupo en busca de alimento para calmar el hambre. No fueron los únicos. También un pastor de ovejas y un cazador furtivo sufrieron la misma transformación y los soldados no los localizaron por desconocer su existencia.
     Los medios de comunicación fueron por completo engañados o comprados, y se limitaron a aportar lo que suelen hacer en buena parte de los casos de envergadura: una verdad a medias, una medio mentira o una falsedad con trazas de verdad. Pero ninguno mencionó los cadáveres andantes (entre otras cuestiones, porque ni ellos mismos se lo creían) y la desaparición de casi todo el pueblo, incluidas autoridades políticas, eclesiásticas y peñísticas (que en Córdoba tenían mucho peso) se achacó a una virulenta epidemia que "hizo auténticos estragos entre la población".
     Por lo que a ellos se refería, la ciudad era un nuevo filón de oportunidades. Un nuevo Nuevo Mundo que colonizar, y sin el peligro de unos molestos indígenas a los que exterminar bien fuera por las armas, como optó la Inglaterra de los siglos XVI, XVII y XVIII, o bien por las armas y el mestizaje a la fuerza, como prefirió hacer España cuando era la potencia mundial del siglo XVI. Córdoba se mostraba, así, como un magnífico lugar prácticamente virgen, donde ni el paro ni la falta de espacio ni tampoco la delincuencia campaban a sus anchas como en otras capitales de provincia donde el colapso económico había abierto profunda mella en sus frágiles pieles.
     Y en los meses siguientes al oculto desastre, una vez limpiado y desinfectado todo rastro de ADN medio deglutido, enfermo o sano de las calles califales, una avalancha de personas, especialmente sudamericanos, inundaron de nuevo las viviendas (que se consiguieron a un precio irrisorio y con enormes facilidades de pago por parte del Estado), las tiendas y los puestos de trabajo vacantes, consiguiendo que Córdoba, por primera vez en su Historia Moderna, fuera líder en desarrollo económico y se colocara a la cola del desempleo en el país. La ciudad, efectivamente, pasó a ser otra vez un verdadero crisol cultural, en el que lo puramente cordobés, como el senequismo fatalista de muchos, había quedado ya en el olvido, y donde el mestizaje era sinónimo de fresco, limpio y bello...
     ...Pero el mal seguía muy cerca, porque no había desaparecido del todo del presente. Y desde el pasado remoto una nueva línea temporal totalmente infectada crecía con prisas amenazando con devorar un tiempo que estaba a punto de volver a desaparecer.
Imagen de Valerio Merino de la calle Osario de Córdoba por la que circulo a diario (a pie y en bici).




Algo similar a esto se tenía que observar en los límites con la esfera que envolvió a Córdoba.
Varios temitas relacionados con los monsturos: "Monsters Theme", el origina de la serie La Familia Monster, de Jack Marshal, con una versión surfera de los Surfin' Lungs. También se incluye el tema de la película Monsters SA, que compuso  y que tiene un toque de Jazz muy bueno y cool compuesta por Randy Newman.





lunes, 4 de abril de 2011

Un consejo de oro




Nada mejor que mirar al problema con humor gráfico (en el sentido de que es real el dolor que produce mantener una hipoteca, ¡je, je, je!)
     Estimados jóvenes: En la vida la experiencia es un grado. Así que permitidme, sin que sirva de precedente, que os dé un consejo que va a cambiar radicalmente vuestra vida (a mejor, of course).
Ni se os ocurra, oídme bien, ni se os ocurra compraros un piso.
     Os lo dice alguien que tiene ubicada la argolla fuertemente asida al gaznate asfixiando todos mis deseos, nublando mi futuro, agotando mi presente.
     El patrimonio es un cuento, un bulo, una falacia, una falsedad, un holograma, algo intangible que se viste de humo cobrando una forma irreal. No es nada, como la arena fina que se escapa entre las manos y sólo deja polvo seco entre los dedos. Es tiempo y dinero perdido. No hay, en ningún caso, que aferrarse a esa errónea  fantasía de que quien posee algo tiene dominado el destino; su destino. Es más bien al contrario.
Supone hipotecar tu vida y tu alma, poniendo tu cuerpo al servicio del verdadero y único poder fáctico que mueve el mundo: los bancos y cajas (aunque a éstas les quede ya muy poquito de vida). Ese dinero que se entrega es como un garfio ardiente que se clava en las carnes más íntimas e interiores del ser humano, y cuanto más tiras para liberarte, más te retiene y su presa se hace más fuerte.
     Es francamente doloroso. Tanto o más que el símil expuesto. Le entregas tu existencia a unos seres abominables, ajenos, lejanos, impersonales, inhumanos, de ojos blancos como los zombies de las películas, que no hablan más que de dinero (ése que te chupan hasta dejarte en los huesos marchitos).
     Si de verdad queréis pedir un crédito (divina palabra para los que habitan en los nueve círculos del Hades) a uno de esos desalmados e infernales establecimientos, que no sea a cambio de cuatro paredes y un techo en propiedad.
     Sed libres, pagadle una cantidad (siempre menor al de una hipoteca) a alguien que ya sea esclavo de sus bienes y vivid de alquiler.
     Y luego ese dinero que habéis pedido al banco que sea para algo que realmente enriquezca vuestra alma y merezca la pena: un viaje sin retorno al rincón del planeta donde todavía la humanidad es fresca; una guitarra con la que demostrar al mundo que la música es el único lenguaje puro de esta existencia; un proyecto de película con la que asombrar y despertar todo tipo de sentimientos y sensaciones; un paso más allá para formarse a un nivel de especialización que te permita mirar el entorno desde múltiples perspectivas; ese libro que va a cambiar el Siglo XXI...
     Pero nunca, nunca, nunca, nunca os compréis un piso, que es la jaula de la esencia humana.
     Otro día hablaremos de mis grandes amigas las entidades financieras.


Madness, como grupo plagado de individualidades, gestó, compuso y cantó este tema titulado "Our house", que se supone es un lugar físico donde cada cual puede hacer lo que considere al estilo del clásico de Frank Capra "You can't take it with you" (Vive como quieras), de 1938. Muy recomendable, de veras. Aunque por la temática de la letra, más parece un tramo de "The Hours" (Las horas), que hizo Stephen Daldry en 2002. Muy amarga, pero real hasta el tuétano.


Letra y traducción
Our house (Nuestra casa)

Father wears his Sunday best (Papá lleva la ropa de los domingos)
Mother's tired she needs a rest (Mamá está candada y necesita un descanso)
The kids are playing up downstairs (los niños juegan en la planta de abajo)
Sister's sighing in her sleep (La hermana suspira perdida en su ensueño)
Brother's got a date to keep (El hermano tiene una cita)
He can't hang around (no puede perder el tiempo)

Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en medio de nuestra calle)
Our house, in the middle of our (Nuestra casa, en medio de nuestra)

Our house it has a crowd (Nuestra casa acoge a una multitud de gente)
There's always something happening (Siempre está ocurriendo algo)
And it's usually quite loud (y, por lo general, muy escandaloso)
Our mum she's so house-proud (Nuestra mamá es tan primorosa con su casa)
Nothing ever slows her down (nada puede frenarla)
And a mess is not allowed (y no se permite el desorden)

Our house, in the middle of our street (Nuestra casa en medio de nuestra calle)
Our house, in the middle of our (Nuestra casa, en medio de)

Our house, in the middle of our street (Nuestra casa en medio de nuestra calle)
(Something tells you) [Algo te dice]
(That you've got to get away from it) [que te tienes que largar de allí]
Our house, in the middle of our (Nuestra casa en medio de nuestra)

Father gets up late for work (Papá se levanta tarde para ir a trabajar)
Mother has to iron his shirt (Mamá le tiene que planchar su camisa)
Then she sends the kids to school (luego manda a los niños al colegio)
Sees them off with a small kiss (Se despide de todos con un besito)
She's the one they're going to miss (es a la única a la que van a echar de menos)
In lots of ways (de muchas maneras)

Our house, in the middle of our street (Nuestra casa en medio de nuestra calle)
Our house, in the middle of our (Nuestra casa en medio de nuestra)

I remember way back then when (Recuerdo de toda la vida cuando)
Everything was true and when (todo era verdad y cuando)
We would have such a very good time (teníamos tan magníficos momentos)
Such a fine time (era una época maravillosa)
Such a happy time (era una época feliz)
And I remember how we'd play (Y recuerdo cómo solíamos jugar)
Simply waste the day away (tan sólo para pasar el día)
Then we'd say (Y entonces dijimos)
Nothing would come between us (que nada se interpondría entre nosotros)
Two dreamers (dos soñadores)

Father wears his Sunday best (Papá lleva su ropa de los domingos)
Mother's tired she needs a rest (Mamá está cansada y necesita un descanso)
The kids are playing up downstairs (Los niños juegan en la planta de abajo)
Sister's sighing in her sleep (La hermana suspira perdida en su ensueño)
Brother's got a date to keep (El hermano tiene una cita)
He can't hang around (no puede perder el tiempo)

Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)
Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)
Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)
Our house, in the middle of our (Nuestra casa, en mitad de nuestra)
Our house, was our castle and our keep (Nuestra casa, era nuestro castillo y nuestro guardián)
Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)
Our house, that was where we used to sleep (Nuestra casa, allí era donde solíamos dormir)
Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)
Our house, in the middle of our street (Nuestra casa, en mitad de nuestra calle)